miércoles, 25 de julio de 2012

[alai-amlatina] La juventud en México

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Entre la guerra y la protesta: la juventud en México

Daniel Inclán
David Barrios

El que no pueda tomar partido, debe callar.
Walter Benjamin, Calle de mano única

Los jóvenes históricos

Nuestras abuelas solían afirmar que la juventud es una invención.
Mujeres que tuvieron a su primero de varios hijos antes de los 20 años,
mujeres que migraron del campo a la ciudad y que consideraban normal que
los niños trabajaran para contribuir a la economía de la casa. Para
ellas, como para la mayoría de las personas nacidas durante la primera
mitad del siglo pasado, hablar de juventud no tenía sentido, era algo
que no compartían ni entendían.

Y no estaban totalmente equivocadas; la juventud, en tanto relación
social de clasificación por criterios de edad, no es universal, ni
unívoca, ni ahistórica. La juventud es una invención social, pero no es
arbitraria ni resultado de las concesiones institucionales, es producto
de luchas sociales por asignar un papel protagónico a la población que
oscila entre los 15 y los 29 años. Al menos así lo es en México y en
buena parte de América Latina, donde las juventudes contemporáneas son
herederas de las revueltas culturales y sociales de finales de la década
de los años sesenta. Antes de estas movilizaciones la juventud tenía un
sentido social, por muchos factores: como el que la mayor parte de la
población fuera campesina, donde lo juvenil no es un criterio extendido
de clasificación; como la rígida organización social que asignaba edades
pertinentes para casarse, tener hijos y trabajo formal; como la escasez
de espacios sociales para gente de poca edad, como las universidades.
Hoy, tanto en el campo como en la ciudad, la juventud tiene otras
condiciones de posibilidad que demuestran la importancia que ocupan en
la organización social.

Las movilizaciones de los años sesenta dejaron claro que la edad no es
lo único que define lo juvenil; para éstas la juventud es una actitud
política, cuya principal característica es su transitoriedad; no se
puede ser siempre joven, porque la juventud arriesga porque no tiene
nada por perder y sí mucho por ganar, porque desborda, porque no conoce
los límites, porque construye esperanzas mutuas ante las falsas
resignaciones, porque cree en lo imposible, porque duda, porque siente y
descubre. Las revueltas de los años sesenta demostraron que la juventud
es la política de lo espontáneo y lo irreductible, que asusta porque no
se somete a los criterios de organización social ni de acción política.
Por eso es potencialmente peligrosa.

Ante el peligro, la respuesta en México fue doble: además de la política
contrainsurgente, la apertura del consumo. Ser joven es una amenaza, al
mismo tiempo que un potencial espacio de ganancias económicas. A la
represión se sumó la ambigüedad emanada de las relaciones mercantiles,
con la intención de cancelar el carácter político de las revueltas. Este
camino de doble vía no ha dejado de implementarse en México, la
represión selectiva y sistemática está detrás de la apertura mercantil
para los jóvenes.

Hijos del neoliberalismo

Hoy la juventud en México tiene como huella de nacimiento el
neoliberalismo y las contradicciones sociales que le acompañan. Los
jóvenes no se pueden explicar sin las reformas sociales y económicas
iniciadas en la década de los años ochenta, que han conseguido que más
de la mitad de la población total del país viva en pobreza económica,
sin acceso a los bienes sociales básicos (salud, vivienda, educación).
Los jóvenes de hoy son los vástagos de las reformas estructurales, de la
democracia de mercado, del aparente triunfo del capitalismo como único
mundo posible; al mismo tiempo, son hijos de las crisis recurrentes, de
la falta de espacios políticos y de la violencia sistemática.

A pesar de la exclusión económica la juventud se representa como algo
que se puede comprar, la fuente de la vida eterna produce juventudes
enlatadas. En esta dinámica lo transitorio de la juventud no se define
por la posición política, sino por la ambigüedad del consumo, que la
convierte en uno de los fetiches culturales más característicos de la
época. Para eso funciona la enorme industria cultural mexicana, que
produce imágenes y actitudes de la juventud ideal: una rebeldía
políticamente correcta, caracterizada por la belleza, la felicidad y la
poca crítica. Estas imágenes se reproducen en todo el país, en el campo
y en la ciudad, gracias al control comunicativo de las empresas
televisivas y de las editoriales de periódicos de nota roja y de
revistas de espectáculos. La juventud vuelta mercancía exacerba la
cualidad juvenil como comportamiento, que deja de ser político para
volverse de consumo. Los "jóvenes" de la industria cultural consumen
cosas y cuerpos para ser siempre rebeldes, pero nunca políticos.

Atrás de esta juventud ideal hay un sistemático proceso de limpieza
social dirigido contra los jóvenes reales, miles de excluidos de los
beneficios económicos, que son una amenaza real y potencial a los
intereses del sistema político. Según datos del Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (INEGI), durante las dos últimas décadas ha
aumentado la mortandad de las personas entre 15 y 29 años, de 33 mil en
1990 a casi 38 mil en 2010; esto se explica por la guerra para
"combatir" al narcotráfico emprendida por el gobierno de Felipe
Calderón, de la que han resultado afectados miles de jóvenes, que son
uno de los cuerpos privilegiados en los que se juega esta guerra social.
Los jóvenes lo mismo son asesinados por grupos anónimos o por fuerzas de
seguridad. Como en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde la policía federal
atacó con armas de fuego sin justificación a una protesta de estudiantes
universitarios en octubre de 2010, hiriendo de gravedad a un estudiante
de sociología; misma ciudad donde un grupo de sicarios asesino a 18
jóvenes en un fiesta en Villas del Salvarcar a fines de enero del mismo
año. Esta limpieza social también se verifica en el aumento de la
población carcelaria de personas entre 18 y 29 años, que representa casi
el 50% de la población total de las cárceles. Ser joven es peligroso,
hoy es una característica suficiente para experimentar la violencia
autoritaria del Estado.

A la violencia política, se suma la violencia económica. No es
casualidad que ante la ausencia de certezas laborales y económicas los
jóvenes se empleen en cualquier tipo de actividad económica, incluidas
las delincuenciales y aquellas destinadas a "combatir" a la
delincuencia: una guerra entre ejércitos de jóvenes aparentemente
condenados a no tener futuro (en un Estado en el que más de la mitad de
la economía se realiza en el sector informal, como resultado de la
terciarización, la desindustrialización, la apertura mercantil sin
límites, las reformas laborales que favorecen a la patronal). Los
caminos económicos se cierran, hoy hay dos formas seguras para obtener
trabajo para los jóvenes: los cárteles de la droga o las fuerzas armadas
y las policías, locales y federales. En ambos casos el resultado es muy
similar: la muerte o el daño corporal incapacitante. Las viejas
garantías sociales ya no funcionan, ni el estudio ni la posición social
aseguran que un joven tenga un porvenir estable; porque el país
atraviesa por un proceso de pauperización en el que desaparecen las
clases medias y en el que la educación es un privilegio.

Exclusión de la política institucional

Una cuarta parte de los 112 millones de mexicanos está entre los 15 y 29
años, en este sector etario se presenta el mayor número de abstenciones
en los procesos electorales. Los jóvenes no suelen participar en el
calendario político institucional. Sus ritmos y tiempos de actividad
política son otros, están ligados a la construcción de espacios de
identificación por prácticas. La política juvenil se realiza en los
espacios públicos, su objetivo no es ganar un puesto en las
instituciones, sino un lugar en el espacio social. Un sector
privilegiado son los jóvenes que estudian, cada vez menor por el
reducido número de espacios en las universidades públicas y por los
altos costos de la educación privada. Para este sector (2.5 de millones
de personas) la actividad política tiene un lugar privilegiado en las
universidades, desde las que se pueden vincular con diversos actores
políticos en el país.

Una de las mayores exclusiones de las reformas neoliberales es la
negación de la participación política institucional a los jóvenes, que
es fuero de un reducido sector que ha expropiado el privilegio de
calificar lo normal y lo anormal del horizonte político. Los jóvenes no
tienen ningún canal de participación política en las instituciones
estatales, tampoco en la discusión y rumbo de la agenda política. Los
jóvenes, lo mismo en el campo que en la ciudad, no tienen habla en el
orden discursivo de la política institucional.

Hay una condición general que marca a la juventud mexicana: la orfandad
política. Los jóvenes de hoy son los huérfanos de las luchas sociales
que marcaron el siglo XX, pocos o nulos son sus referentes con los
movimientos obreros, con las luchas guerrilleras, con las movilizaciones
ciudadanas, con las revueltas culturales, con la lucha por el socialismo
como horizonte posible. El neozapatismo es el mayor referente que
acompaña a la juventud mexicana. La movilización indígena de 1994 y su
incansable lucha es el ejemplo de movilización política; pero la
relación con este movimiento es conflictiva, ambigua, poco visible en
entornos urbanos. Este proceso deja la huella de la organización por
otro mundo posible. La memoria juvenil también está marcada por la
represión al Frente de Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco, en
el Estado de México, en mayo de 2006, durante el gobierno local de
Enrique Peña Nieto. Esta represión deja la marca de la protesta contra
los abusos del poder y la defensa de la dignidad.

El último referente de una gran movilización juvenil, fue la huelga
estudiantil de la Universidad Nacional Autónoma de México, que por más
de nueve meses mantuvo cerrada la universidad para defender su carácter
público. Esta demanda expresó la falta de espacios sociales y las
incertidumbres que el neoliberalismo tenía destinada para los jóvenes.
La aparente irracionalidad de esta movilización estudiantil desnudó el
desfase generacional de la política institucional, cerrada a toda
demanda que no se sirviera de la liturgia institucional. Las miles de
movilizaciones campesinas en las que participan jóvenes esperan ser
integradas a la memoria de la lucha, como parte de una demanda generacional.

La memoria juvenil lleva el sello de la corta temporalidad, sus
referentes son inmediatos, coyunturales, evanescentes. Al tiempo, esto
es una ventaja, ya que no se someten a los parámetros de acción de un
proyecto preestablecido, o de una dirigencia que dicta las normas de
comportamiento. Las dispersas movilizaciones juveniles se sostienen por
la espontaneidad, por la radicalidad desbordada, encaminadas a fines
mediatos. Los tiempos políticos se acortan para este tipo de prácticas,
no hay un futuro en el que las cosas sean mejores, se construyen
presentes en que las transformaciones son palpables. El reto es hacer
que esos presentes sean durables.

La batalla política

A pesar de la exclusión, ser joven es la marca de la política
institucional del siglo XXI. Las anquilosadas estructuras políticas,
cuya máxima expresión son los partidos políticos, promueven desde hace
dos lustros una imagen pública renovada. Los "jóvenes" políticos y los
políticos rejuvenecidos intentan ocupar un nuevo lugar, alejado de las
viejas prácticas corporativas y corruptas; son "modernos", usan las
redes sociales y los códigos comunicativos de la era de la información,
están formados en las universidades del primer mundo y representan su
espíritu emprendedor. Esta imagen esconde la falta de capacidad
política, su escasa formación, su falta de lectura de la realidad, su
compromiso con las arcaicas formas políticas. Esto es funcional a una
política que concibe al Estado como una empresa, que puede ser manejada
por "jóvenes ejecutivos" respaldados por socios con experiencia.

Basta mirar la campaña electoral emprendida para posicionar a Enrique
Peña Nieto como candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario
Institucional. Este político carece de cualidades intelectuales mínimas
y cualquier carisma político, por lo que se explotó su "juventud" y su
correlativa "belleza". Este candidato representa la juventud plástica de
la industria cultural en terrenos de la política, su edad y su imagen
son suficientes para cubrir sus deficiencias, de ello se encargan los
medios de comunicación.

Los jóvenes reales estallaron desde finales de mayo del presente año
contra esta artificialidad que pretende representarlos. Una juventud
rebelde multitudinaria, compuesta por miles de personas, cuestionó el
orden institucional vigente y su farsa política, particularmente la
ausencia de transparencia política, la falta de democracia informativa
y, sobre todo, el poder desmesurado de los medios de comunicación,
capaces de construir una imagen mediática para la presidencia nacional.
Ante el "joven político" priista se levanta un rugir de la multitud
juvenil urbana. El movimiento #Yo soy 132, surgido en las universidades
privadas y extendido a las universidades públicas y a otros espacios
juveniles, dio un giro inesperado a la campaña presidencial. Durante más
de diez años ninguna movilización juvenil había logrado sumar a un
amplio y diverso grupo de ciudadanos. Las redes sociales fueron la
plataforma de organización y articulación, validada en amplias asambleas
en las que participan decenas de representantes de universidades
públicas y privadas.

Los jóvenes emprenden una batalla contra el cinismo hecho razón de
estado, no aceptan un régimen político que usa una imagen mediática
renovada para vender la misma vieja mercancía política. Este movimiento
encontró en la calle su espacio de autorreconocimiento, en la consigna
su voz colectiva, en la asamblea su colectividad política. Estamos ante
la emergencia (en doble sentido de la palabra) de lo juvenil. Emergencia
de una fuerza política que durante años permaneció clandestina y que
sale a la luz para impugnar la falta de espacios políticos y de certezas
temporales. Pero también emergencia como situación de peligro, de una
forma social que es insostenible y que de seguir el mismo rumbo amenaza
con eliminar a una parte importante de la población que ahora la impugna.

El dilema es si los jóvenes pueden trascender la coyuntura electoral y
construir una práctica política que permita defender sus principios, sin
ser subsumidos por la política institucional. Al mismo tiempo queda en
el aire la duda si hay la capacidad y el interés de la política
institucional para oír las demandas de la población juvenil del país.
Ante la falaz apertura democrática y la artificial integración de los
jóvenes a la política, hay un rugir que llama por ser escuchado.

- Daniel Inclán y David Barrios son integrantes del Observatorio
Latinoamericano de Geopolítica.

* Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento Nº 477,
Juventudes en escena, julio de 2012 - http://alainet.org/publica/477.phtml

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