¿Libia: sangre, sudor y lágrimas?
Atilio Boron
ALAI AMLATINA, 23/08/2011.- La suerte del régimen libio está echada. A
estas horas la única cuestión pendiente es el destino de Muammar Gadafi:
¿se rendirá o luchará hasta el fin?, ¿será Allende o Noriega?, ¿vivo o
muerto? y, si vivo, ¿qué le espera? El exilio es altamente improbable:
no tiene quien lo reciba y, además, su inmensa fortuna, depositada en
bancos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia e Italia está bloqueada.
Lo más probable será que siga la suerte de Slobodan Milosevic y termine
enfrentando las acusaciones del Tribunal Penal Internacional (TPI), que
lo acusará por genocida al haber ordenado a sus tropas que disparen
contra de su pueblo.
Haciendo gala de una obscena doble moral, el TPI va a acoger una
petición de un país, Estados Unidos, que no sólo no ha firmado el
tratado y que no le reconoce jurisdicción sobre sus nacionales sino que
lanzó una pertinaz campaña en contra del mismo obligando más de un
centenar de países de la periferia capitalista a renunciar a su derecho
a denunciar ante el TPI a ciudadanos norteamericanos responsables de
violaciones semejantes -o peores- que las perpetradas por Gadafi.
Una infamia más de un supuesto "orden mundial" que se está cayendo en
pedazos gracias a los continuos atropellos de las grandes potencias. Y
una lección para todos aquellos que confían –como en su momento lo hizo
la Argentina de los noventas- en que consintiendo las "relaciones
carnales" con el imperialismo se gozaría para siempre de su protección.
Craso error, como se comprobó en el derrumbe de la Convertibilidad y
como hoy lo experimenta en carne propia Gadafi, atónito ante la
ingratitud de aquellos de quienes se había convertido en obediente peón.
Siendo esto así, ¿por qué Obama, Cameron, Sarkozy y Berlusconi le
soltaron la mano? En primer lugar, por oportunismo. Esos gobiernos, que
se habían alineado incondicionalmente con Mubarak en Egipto durante
décadas, cometieron el error de subestimar el fervor insurreccional que
conmovía a Egipto. Cuando cambiaron de bando, dejando en la estacada a
su gendarme regional, su desprestigio ante la revolución democrática se
hizo ostensible e irreparable. En Libia tuvieron la ocasión de reparar
ese mal paso, facilitado por la brutal represión que Gadafi descargó en
las primeras semanas de la revuelta. Esto ofreció el pretexto que
estaban buscando para desencadenar la no menos brutal intervención
militar de la OTAN -con su funesta secuela de víctimas civiles producto
de los "daños colaterales" de sus "bombas inteligentes"- y, por otro
lado, dando pie al inicio de las actuaciones del TPI a cuyo fiscal
general ni por asomo se le ocurriría citar al comandante de la OTAN para
rendir cuentas ante crímenes tanto o más monstruosos que los perpetrados
por el régimen libio.
En una entrevista reciente Samir Amin manifestó que toda la operación
montada en contra de Gadafi no tiene que ver con el petróleo porque las
potencias imperialistas ya lo tienen en sus manos. Su objetivo es otro,
y esta es la segunda razón de la invasión: "establecer el Africom (el
Comando Militar de Estados Unidos para África) actualmente con sede en
Stuttgart, Alemania, dado que los países africanos, no importa lo que se
piense de ellos, se negaron a aceptar su radicación en África."
Lo que requiere el imperialismo es establecer una cabeza de playa para
lanzar sus operaciones militares en África. Hacerlo desde Alemania
aparte de poco práctico es altamente irritativo, por no decir ridículo.
Ahora tratarán de que el régimen lacayo que se instale en Trípoli acepte
la amable "invitación" que seguramente le cursará la OTAN. De todos
modos, el operativo no será para nada sencillo, entre otras cosas porque
el Consejo Nacional de la Transición (CNT) es un precipitado altamente
inestable y heterogéneo de fuerzas sociales y políticas débilmente
unidos por la argamasa que sólo le proporciona su visceral rechazo a
Gadafi, pese a que no son pocos quienes hasta hacía pocos meses se
contaban entre sus más obsecuentes y serviles colaboradores.
Hay fundadas sospechas para creer que el asesinato aún no aclarado del
ex jefe militar de los rebeldes, Mohammed Fatah Younis, ex ministro del
Interior de Khadafy y ex comandante de las fuerzas especiales libias,
fue causado por un sector de los rebeldes en represalia por su actuación
en el aplastamiento de una revuelta islamista en la década de los noventas.
Otro ejemplo, no menos esclarecedor que el anterior, lo ofrece el
mismísimo presidente del CNT. Según Amin, Mustafá Abdel Jalil es "un
curioso demócrata: fue el juez que condenó a las enfermeras búlgaras a
la muerte antes de ser promovido a Ministro de Justicia por Gaddafi,"
cargo en el que se desempeñó desde 2007 hasta 2011.
El CNT, en suma, es un bloque reaccionario y oportunista, integrado por
islamistas radicales, socialistas " (estilo Zapatero o Tony Blair"),
nacionalistas (sin nación, porque Libia no lo es) y, como señala el
analista internacional Juan G. Tokatlian, "bandidos, empresarios,
guerrilleros y ex militares" para ni hablar del faccionalismo tribal y
étnico que ha marcado desde siempre la historia de ese territorio sin
nación que es Libia. Por eso no existen demasiadas razones para suponer
que el CNT inaugurará un período democrático. Sus miembros no tienen
mejores credenciales que Gadaffi y pesa sobre ellos la irredimible
infamia de haber invitado a las potencias imperialistas a bombardear sus
ciudades y aldeas para viabilizar su derrocamiento. Por eso, lo más
probable es que una vez derrotado el régimen las sangrientas luchas
intestinas y la ingobernabilidad resultante tornen inevitable para las
potencias imperialistas entrar en otro pantano, como Irak y Afganistán,
para establecer un mínimo de orden que permita organizar su rapiña.
Desgraciadamente, lo que le espera a Libia no es la democracia sino un
turbulento protectorado europeo-norteamericano y, como dijera Winston
Churchill de su país en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, sangre,
sudor y lágrimas.
- Dr. Atilio Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a
Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina
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