Corruptores
Jorge Majfud
ALAI AMLATINA, 26/03/2012.- Si los profesores corrompen o adoctrinan
adultos, con una conciencia previamente formada, las iglesias siempre
llevan la ventaja de hacer lo mismo pero con menores y por mucho más tiempo.
Así como una democracia nunca se ha definido ni se ha probado ni ha
avanzado por el nacionalismo de un pueblo sino por sus críticos, de
igual forma todo lo que hoy llamamos "progreso de la historia" (con todo
lo relativo que tiene esa expresión), como los múltiples derechos de las
minorías, como la superación de muchas formas de explotación y
esclavitud, nunca han sido producto de mentalidades conservadoras sino
de aquella otra tradición que redescubrieron los humanistas al final del
Edad Media y que incluyó a seculares y religiosos de extensa cultura.
Ese movimiento de una larga y lenta revolución en defensa de las
libertades colectivas e individuales tuvo su raíz principalmente en
aquellos profesores que huyeron de Grecia a la caída Constantinopla y en
aquellos otros (menos reconocidos) que en Córdoba y otras ciudades del
sur de lo que hoy es España traducían textos científicos mientras
discutían filosofía y religión en latín, hebreo, árabe y otras lenguas
parecidas al castellano.
Como bien criticó el gran Ernesto Sábato a mediados del siglo pasado, el
movimiento liberador del Renacimiento condujo a varias paradojas, como
la de haber sido un movimiento humanista que en el siglo XX acabó en la
deshumanización, un movimiento que se preocupó por la naturaleza y
terminó en la máquina, un movimiento secular que terminó en una nueva
religión: el fetichismo de la razón y las ciencias, donde sus
paradójicos sacerdotes no eran los grandes científicos sino los
cientificistas y sus rebaños estaban compuestos de tecnólatras.
Ahora, superado los paradigmas de la Era Moderna, y como bien lo había
adelantado Umberto Eco hace varias décadas, volvemos a la Edad Media. Si
en la Era Moderna convivían los racionalistas con los románticos, en
nuestra nueva Edad Media conviven los fanáticos religiosos con el
barroquismo de la publicidad, del consumismo y la hiperfragmentación del
Homo Digital.
En Estados Unidos, como en muchos otros países, uno de los blancos
preferidos de los neo inquisidores son los profesores y, por extensión,
todos aquellos que se dedican a alguna disciplina humanística o, como se
conoce en Estados Unidos, a alguna "liberal arts". A los conservadores
más radicales no sólo los irrita el adjetivo, "liberal" (que convierten
en sustantivo para lanzarlo como una piedra), y la posibilidad de que
exista la duda como recurso, sino los mismos fundamentos declarados de
las "liberal arts", entre los cuales está la promoción del pensamiento
crítico antes que el pensamiento profesional. (Recientemente,
participamos de un largo y duro debate en las asambleas de profesores
que gobierna mi universidad, entre Economía y Negocios; la primera, una
clásica "liberal art"; la segunda, una disciplina profesional que, por
ende, se restringe mucho más a los cómo que a los por qué de la primera).
Desde los candidatos presidenciales que apelan a sus religiones como
armas políticas (cada vez se parecen más a sus enemigos, los islamistas;
no a aquellos medievales que apreciaban la diversidad sino a los
fanáticos más contemporáneos) hasta los arengadores de los medios
audiovisuales, el rebaño ha ido creciendo no sólo en número sino en su
agresividad proselitista y moralizadora. No se conforman con ser los
elegidos de Dios y sus voceros oficiales; además necesitan mandar al
infierno al resto de infieles.
Como hiciera Anito y sus demagogos que en la democrática Atenas lograron
la condena del viejo Sócrates, la fobia antiintelectual acusa a los
profesores de hoy de las mismas dos cosas que hace dos mil quinientos
años: (1) son demasiado incrédulos y (2) corrompen a la juventud
haciéndoles demasiadas preguntas y sugiriéndoles que tal vez hay otras
formas de ver un mismo problema.
Los líderes de esos poderosos grupos, orgullosamente definidos como
religiosos y conservadores, en su mayoría ha realizado un pasaje fugaz
por alguna universidad, más bien como ese necesario trámite
administrativo que exige una sociedad contradictoria. Probablemente
habrá sido para ellos una pérdida de tiempo, si no se dedicaron a algo
práctico como los negocios. Junto con los lobbies secretos, estos grupos
poseen una reserva incalculable de poder político y social.
Por norma y por lógica se definen como conservadores, aunque todas sus
religiones y sus tradiciones han sido fundadas por revolucionarios que
sucesivamente fueron torturados, crucificados o condenados de diversas
formas y por diversos grupos conservadores de su tiempo.
Por supuesto que entre los malos profesores el proselitismo (típica
tradición cristiano-musulmana que heredó el pensamiento ideológico en la
Era Moderna, como cierto marxismo panfletario) tampoco es raro. No
obstante, por definición, el pensamiento crítico no promueve la creencia
ni la sumisión intelectual a la autoridad sino todo lo contrario. Los
profesores no son predicadores, ni pastores ni políticos, y nada ganan
con fastidiar las conciencias jóvenes. La mejor tradición académica
sigue basándose en el ejercicio de la duda y el escepticismo sobre las
obviedades. En la academia también hay trabajo clerical (como en una
iglesia pueden haber grandes espíritus críticos), ya que un investigador
suele ser un intelectual profesional, con todos los riesgos y ventajas
que esto implica, pero el clericalismo no es el ideal por el cual se
define la profesión académica.
Es comprensible que en las universidades, donde normalmente se
investiga, también se ejercite la duda y el cuestionamiento con alguna
frecuencia. Tan comprensible como que en las iglesias de todo tipo estén
casi monopolizadas por personas que en su vida nunca se les ocurriría
cuestionar algo de sus propias convicciones sin considerarlo inmoral o
diabólico.
Sin embargo, el caso sobre corrupción de la sociedad que llevó a
Sócrates a la muerte y a Jesús al martirio, no es tan grave como se
declara. Si bien es cierto que un porcentaje de estudiantes que entran a
una universidad salen con ideas diferentes, con habilidades y traumas
diferentes, no es menos cierto que de igual forma se podría acusar a las
iglesias. Con el agravante de que si los profesores corrompen o
adoctrinan adultos, con una conciencia previamente formada, las iglesias
siempre llevan la ventaja de hacer lo mismo pero con menores y por mucho
más tiempo. Ese es su trabajo: convencer o adoctrinar niños inocentes,
incapaces de responder y sin siquiera recibir una buena nota por dudar
de la verdad revelada, como suele ocurrir en las universidades. Las
iglesias inyectan sus verdades (verdaderas o no, eso es materia de
discusión, como los religiosos bien saben cuando se refieren a
religiones ajenas, las falsas) en la más temprana edad y continúan
haciéndolo por el resto de la vida de los feligreses. La mayoría de los
universitarios pasa en un campus académico apenas cuatro o seis años.
Cuatro o seis años felices, dicen luego, pero un tiempo casi
insignificante desde el punto de vista de la adoctrinación de un
individuo, que ya venía formado desde la cuna.
Entonces, señores elegidos de Dios, portavoces del Señor, miembros
permanentes del Paraíso, sería bueno que, antes de criminalizar a los
"liberal professors" de este país y de muchos otros, procedieran con las
mismas reglas y las mismas oportunidades. Dejen de adoctrinar, dejen de
lavar el cerebro de los niños y nosotros dejaremos de enseñar a los
jóvenes que dudar es bueno. Aunque a partir de entonces ustedes dejarán
de beneficiarse de todos los inventos que los investigadores y los
espíritus críticos producen y nosotros no podamos beneficiarnos de la
salvación de ustedes, sino lo contrario, como hasta ahora.
- Jorge Majfud, Jacksonville University - Majfud.org
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