Europa Occidental
El escenario de la defensa de la educación pública
Carlos Taibo
ALAI AMLATINA, 29/02/2012.- 1. Si hay que reseñar los grandes rasgos que 
determinan de manera muy poderosa el panorama político, económico y 
social en la Unión Europea de estas horas, los cinco que se antojan 
provisionalmente más relevantes son los que siguen.
- El despliegue de agresiones cada vez más ostensibles contra la clase 
media. Esta última, la joya de la corona de los Estados del bienestar, 
se está viendo sometida a los envites más duros desde la segunda guerra 
mundial. De resultas, una parte significativa de sus integrantes está 
experimentando un activo proceso de desclasamiento. La manifestación más 
relevante de su reacción la configuran, hoy, los movimientos llamados de 
los indignados, que a menudo exhiben discursos sorprendentemente 
radicales en su contestación del orden existente.
- El silencio con que la mayoría de los trabajadores asalariados está 
respondiendo a las agresiones que instituciones financieras y gobiernos 
protagonizan. La palabra que mejor retrata ese silencio, o la que mejor 
lo explica, es "miedo". Los trabajadores asalariados temen perder sus 
puestos de trabajo, concebidos, pese a los recortes, como genuinos 
privilegios. La ausencia de reacción en este mundo tiene su mejor 
reflejo en la actitud timorata y huidiza que muestran las grandes 
fuerzas sindicales, a menudo conniventes con las instituciones 
financieras y los gobiernos.
- Lo que antaño supuso la socialdemocracia -un proyecto de gestión 
aparentemente civilizada del capitalismo- se ha diluido en la nada. Si, 
por un lado, las fuerzas políticas que otrora se autocalificaban de 
socialdemócratas han acatado sin hendiduras la propuesta neoliberal y 
han realizado a menudo el trabajo sucio que la derecha tradicional no se 
atrevía a desplegar, por el otro las políticas keynesianas tradicionales 
se topan hoy con un problema severo: la principal diferencia, en este 
terreno, entre la crisis de 1929 y la del momento presente la aporta el 
hecho de que en estas horas el problema de los límites medioambientales 
y de recursos del planeta tiene una condición imperiosa de la que 
obviamente carecía ochenta años atrás.
- El capitalismo parece haberse adentrado en una etapa de corrosión 
terminal. Siendo como es -ha sido- un sistema que históricamente ha 
demostrado una formidable capacidad de adaptación a los retos más 
dispares, la gran disputa hoy es la relativa a si no está perdiendo 
dramáticamente los mecanismos de freno que en el pasado le permitieron 
salvar la cara. Si llevado, por decirlo de otra manera, de un impulso, 
al parecer incontenible, encaminado a acumular espectaculares beneficios 
en un período muy breve no está cavando su propia tumba, con el 
agravante, claro, de que dentro de esta última puede estar la especie 
humana como un todo. La propia condición de sistema eficiente -injusto y 
explotador, sí, pero eficiente- que ha caracterizado desde mucho tiempo 
atrás al capitalismo se halla hoy en entredicho en un escenario en el 
que los defensores del proyecto neoliberal no dudan hoy en reclamar, 
para sus empresas, golosas ayudas públicas.
- También han entrado en crisis las descripciones cíclicas de los hechos 
económicos, que sugieren que después de una etapa de recesión por fuerza 
habrá de llegar otra de bonanza a la que seguirá antes o después una 
nueva recesión, y más adelante una renovada bonanza… Hora es ésta de 
preguntarnos si no nos estamos enfrentando a un escenario de crisis y 
recesión sin fin, tanto más cuanto que la mayoría de los gobiernos, para 
hacer frente a la primera, están desplegando orgullosamente las mismas 
recetas que nos han conducido a un auténtico callejón sin salida. Ante 
semejante panorama hay que tomar en serio la perspectiva de que, acaso 
por primera vez de manera sustanciosa, se asienten poderosos movimientos 
críticos en un escenario de manifiesta recesión. No está de más 
subrayar, por cierto, que el propio concepto de crisis tiene una 
inequívoca vinculación con el imaginario de los países del Norte. Como 
quiera que en los del Sur la crisis es una realidad permanente e 
insoslayable, el perfil del concepto, por lógica, se desvanece.
2. Así las cosas, ¿cuál es el entorno de muchos de los debates que 
rodean a la educación? En un momento como el presente hay que mencionar 
el respecto media docena de discusiones importantes.
La primera se refiere a la naturaleza del proyecto general que hay que 
oponer a las estrategias de mercantilización y privatización que 
pretenden desplegar quienes toman la mayoría de las decisiones relativas 
a la educación. Ese proyecto puede ser meramente antineoliberal o 
exhibir, por el contrario, un carácter francamente anticapitalista. En 
el primer caso probablemente estaremos condenados a contestar en 
exclusiva la epidermis del sistema sin ir al fondo de los problemas. No 
está de más recordar que se puede ser antineoliberal sin ser, al tiempo, 
anticapitalista: se puede repudiar el neoliberalismo por entender que es 
una versión extrema e indeseable del capitalismo sin rechazar, en 
cambio, la lógica propia de este último.
La segunda se enfrenta a la eterna disyuntiva entre lo público y lo 
privado. Naturalmente que hay que defender la pervivencia de una 
enseñanza y de una sanidad públicas. Pero conviene saber que esa 
defensa, sin más, no es suficiente. Hay que etiquetarla agregando 
adjetivos que permitan precisar su sentido concreto. Y al respecto los 
dos que mejor le vienen a cualquier propuesta que desea incorporar un 
carácter transformador y alternativo son los que hablan de una enseñanza 
pública 'socializada' y 'autogestionaria'. Al respecto no debe olvidarse 
que la enseñanza pública, per se, no es garantía de nada: nunca se 
subrayará de manera suficiente que una enseñanza pública que no tenga un 
carácter socializado y autogestionario bien puede ser un mecanismo más 
de reproducción de la lógica del capital.
La tercera nos recuerda que, desgraciadamente, no faltan las fuerzas 
sindicales que han experimentado -ya lo hemos apuntado- una lamentable 
integración en las lógicas de los sistemas que padecemos. Son tres las 
preguntas que hay que hacer a esos sindicatos. La primera se refiere a 
cómo trabajamos. Las palabras 'alienación' y 'explotación' han 
desaparecido a menudo del lenguaje de los sindicatos, y eso que guardan 
una relación estrechísima con la naturaleza de nuestra vida cotidiana, 
dentro y fuera de los centros de trabajo. La segunda nos interroga por 
el para quién trabajamos. Son muchos los sindicatos que, a diferencia de 
lo que ocurría antaño, no parecen apreciar otro horizonte que el que 
aporta el capitalismo. La tercera, y última, plantea, en suma, qué es lo 
que hacemos, qué es lo que producimos, no vaya a ser que nuestra 
actividad de hoy ponga en peligro los derechos de las generaciones 
venideras y, con ellos, y también, los de las demás especies que nos 
acompañan en el planeta Tierra.
La cuarta subraya la importancia de transcender los proyectos que, por 
unas u otras razones, lo son estrictamente de corto plazo. Si se trata 
de enunciar de otra manera lo anterior, bueno sería que en todas las 
iniciativas se recogiesen tres grandes tareas que a menudo, y en el 
Norte opulento, quedan en el olvido. La primera de esas tareas subraya 
la necesidad de incorporar en todo momento a nuestras propuestas la 
dimensión de género; nunca recalcaremos de manera suficiente que el 70% 
de los pobres presentes en el planeta son mujeres, víctimas de atávicas 
marginaciones materiales y simbólicas. El segundo imperativo señala que 
los derechos de esas generaciones venideras que acabamos de mencionar 
deben ocupar siempre un primer plano; si vivimos en un planeta con 
recursos limitados, no parece que tenga sentido que aspiremos a seguir 
creciendo ilimitadamente, tanto más cuanto que sobran las razones para 
recelar de la fraudulenta identificación, que se nos impone, entre 
consumo y bienestar. La tercera demanda que debe revelarse en todo 
momento se vincula con los derechos de los habitantes de los países del 
Sur, no vaya a ser que en el Norte procedamos a reconstruir nuestros 
maltrechos Estados del bienestar a costa de ratificar viejas, y muy 
conocidas, relaciones de exclusión y explotación.
En quinto término es obligado subrayar que todos los movimientos 
sociales tienen que encarar, en su definición, dos posibles horizontes. 
El primero pasa por la perspectiva de articular propuestas que cabe 
esperar sean atendidas por los interlocutores políticos. El segundo, en 
cambio, reivindica el establecimiento de espacios autónomos en los 
cuales procedamos a aplicar reglas del juego diferentes de las hoy 
imperantes. Si la primera de las dimensiones es muy respetable, parece 
que el concurso de la segunda resulta literalmente insorteable. La 
voluntad de empezar a construir desde ya, sin aguardar permisos ni 
componendas, sin esperar a eventuales tomas de poder, un mundo nuevo es 
una tarea inexcusable -entre otras razones por su dimensión pedagógica- 
para cualquier movimiento que aspira a transformar la realidad.
Una sexta cuestión, muy vinculada con la primera de las ya mencionadas, 
nos habla de nuestras posibilidades de acción y reacción frente al 
colapso general del capitalismo que tantos intuyen muy próximo. De nuevo 
se aprecian dos percepciones distintas en los circuitos de pensamiento 
crítico. La primera, crudamente realista, señala que la única 
posibilidad de que la mayoría de las personas despierten y se percaten 
de la hondura de los problemas es que se produzca, sin más, el colapso 
en cuestión. Téngase presente, claro es, que semejante horizonte, el del 
colapso, se traducirá por fuerza en una espectacular multiplicación de 
los problemas que hará extremadamente dificultosa la resolución de estos 
últimos. La segunda percepción, de cariz visiblemente voluntarista, 
sugiere, a tono con algunas de las observaciones que hemos realizado, 
que se hace necesario apostar por un urgente abandono del capitalismo, 
de la mano, ante todo, de la generación de esos espacios de autonomía a 
los que antes nos hemos referido.
3. Un llamativo reflejo del escenario educativo de la Unión Europea en 
el inicio del siglo XXI lo proporciona la aplicación del llamado Plan 
Bolonia en las universidades públicas de los Estados miembros. 
Recordemos, antes que nada, que a tono con todas las políticas en curso, 
el plan en cuestión acarrea una franca apuesta en provecho de la 
privatización y la mercantilización de la vida en las universidades.
Importa subrayar, sin embargo, que el plan que nos ocupa fue aprobado en 
un momento de relativa holgura presupuestaria pero está siendo aplicado 
en otro de visibles estrecheces, con lo cual es fácil apreciar su 
resultado principal: un incremento sustancial del caos que ha hecho que 
el despliegue de lo acordado en Bolonia a duras penas sea funcional para 
la lógica y los intereses del capitalismo. Ni las empresas están 
penetrando en las universidades ni se están formando los licenciados 
tecnocratizados y sumisos que se esperaba lanzar al mercado. Si el 
capitalismo exhibiese la misma capacidad de reacción que mostró en el 
pasado, habría puesto freno a la aplicación de un plan que, conforme a 
las reglas actuales, más bien parece que se vuelve en su contra.
En estrecha relación, una vez más, con el escenario general, lo suyo es 
añadir que, lejos de aprender de la experiencia correspondiente, los 
dirigentes políticos europeos prefieren huir hacia delante. Eso es lo 
que parece suponer la llamada Estrategia Universidad 2015, que emplaza 
el negocio muy por encima del rigor académico al tiempo que contempla 
con descaro la posibilidad de que la dirección de las universidades 
públicas quede en manos de gestores privados.
- Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad 
Autónoma de Madrid, España
* Este texto es parte de la revista América Latina en movimiento, No 
472, correspondiente a febrero del presente año y que trata sobre 
"Educación, justicia social y ambiental" 
(http://alainet.org/publica/472.phtml)
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