martes, 4 de junio de 2013

[alai-amlatina] Implicaciones geopolíticas del ingreso de Colombia a la OTAN

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Implicaciones geopolíticas del ingreso de Colombia
a la OTAN

Atilio Boron

ALAI AMLATINA, 04/06/2013.- El anuncio del
presidente de Colombia Juan Manuel Santos de que
"durante este mes de Junio suscribirá un acuerdo
de cooperación con la Organización del Tratado
Atlántico Norte (OTAN) para mostrar su disposición
de ingresar a ella" ha causado una previsible
conmoción en Nuestra América. Lo pronunció en un
acto de ascensos a miembros de la Armada realizado
en Bogotá, ocasión en la cual Santos señaló que
Colombia tiene derecho a "pensar en grande", y que
él va a buscar ser de los mejores "ya no de la
región, sino del mundo entero". Continuó luego
diciendo que "si logramos esa paz –refiriéndose a
las conversaciones de paz que están en curso en
Cuba, con el aval de los anfitriones, Noruega y
Venezuela- nuestro Ejército está en la mejor
posición para poder distinguirse también a nivel
internacional. Ya lo estamos haciendo en muchos
frentes", aseguró Santos. Y piensa hacerlo nada
menos que asociándose a la OTAN, una organización
sobre la cual pesan innumerables crímenes de todo
tipo perpetrados en la propia Europa (recordar el
bombardeo a la ex Yugoslavia), a Libia y ahora su
colaboración con los terroristas que han tomado a
Siria por asalto.

Jacobo David Blinder, ensayista y periodista
brasileño, fue uno de los primeros en alarmarse
ante esta decisión del colombiano. Hasta ahora el
único país de América Latina "aliado extra OTAN"
era la Argentina, que obtuvo ese deshonroso status
durante los nefastos años de Menem, y más
específicamente en 1998, luego de participar en la
Primera Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar
todas las imposiciones impuestas por Washington en
muchas áreas de la política pública, como por
ejemplo desmantelar el proyecto del misil Cóndor y
congelar el programa nuclear que durante décadas
venía desarrollándose en la Argentina. Dos
gravísimos atentados que suman poco más de un
centenar de muertos –a la Embajada de Israel y a
la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la
represalia por haberse sumado a la organización
terrorista noratlántica.

El status de "aliado extra OTAN" fue creado en
1989 por el Congreso de los Estados Unidos –no por
la organización- como un mecanismo para reforzar
los lazos militares con países situados fuera del
área del Atlántico Norte pero que podrían ser de
alguna ayuda en las numerosas guerras y procesos
de desestabilización política que Estados Unidos
despliega en los más apartados rincones del
planeta. Australia, Egipto, Israel, Japón y Corea
del Sur fueron los primeros en ingresar, y poco
después lo hizo la Argentina, y ahora aspira a
lograrlo Colombia. El sentido de esta iniciativa
del Congreso norteamericano salta a la vista: se
trata de legitimar y robustecer sus incesantes
aventuras militares -inevitables durante los
próximos treinta años, si leemos los documentos
del Pentágono sobre futuros escenarios
internacionales- con un aura de "consenso
multilateral" que en realidad no tienen. Esta
incorporación de los aliados extra-regionales de
la OTAN, que está siendo promovida en los demás
continentes, refleja la exigencia impuesta por la
transformación de las fuerzas armadas de los
Estados Unidos en su tránsito desde un ejército
preparado para librar guerras en territorios
acotados a una legión imperial que con sus bases
militares de distinto tipo (más de mil en todo el
planeta), sus fuerzas regulares, sus unidades de
"despliegue rápido" y el creciente ejército de
"contratistas" (vulgo: mercenarios) quiere estar
preparada para intervenir en pocas horas para
defender los intereses estadounidenses en
cualquier punto caliente del planeta. Con su
decisión Santos se pone al servicio de tan funesto
proyecto.

A diferencia de la Argentina (que por supuesto
debería renunciar sin más demora a su status en
una organización criminal como la OTAN), el caso
colombiano es muy especial, porque desde hace
décadas recibe, en el marco del Plan Colombia, un
muy importante apoyo económico y militar de
Estados Unidos –de lejos el mayor de los países
del área- y sólo superado por los desembolsos
realizados en favor de Israel, Egipto, Irak y
Corea del Sur y algún que otro aliado estratégico
de Washington. Cuando Santos declara su vocación
de proyectarse sobre el "mundo entero" lo que esto
significa es su disposición para convertirse en
cómplice de Washington, para movilizar sus bien
pertrechadas fuerzas más allá del territorio
colombiano y para intervenir en los países que el
imperio procura desestabilizar, en primer lugar
Venezuela. Es poco probable que su anuncio
signifique que está dispuesto a enviar tropas a
Afganistán u a otros teatros de guerra. La
pretensión de la derecha colombiana, en el poder
desde siempre, ha sido convertirse, especialmente
a partir de la presidencia del narcopolítico
Álvaro Uribe Vélez, en la "Israel de América
Latina" erigiéndose, con el respaldo de la OTAN,
en el gendarme regional del área para agredir a
vecinos como Venezuela, Ecuador y otros -¿Bolivia,
Nicaragua, Cuba?- que tengan la osadía de oponerse
a los designios imperiales. Eso y no otra cosa es
lo que significa su declaración.

Pero hay algo más: con su decisión Santos también
pone irresponsablemente en entredicho la marcha de
las conversaciones de paz con las FARC en La
Habana (uno de cuyos avales es precisamente
Venezuela), asestando un duro golpe a las
expectativas de colombianas y colombianos que
desde hace décadas quieren poner fin al conflicto
armado que tan indecibles sufrimientos deparó para
su pueblo. ¿Cómo podrían confiar los guerrilleros
colombianos en un gobierno que no cesa de
proclamar su vocación injerencista y militarista,
ahora potenciada por su pretendida alianza con una
organización de tintes tan delictivos como la
OTAN? Por otra parte, esta decisión no puede sino
debilitar –premeditadamente, por supuesto- los
procesos de integración y unificación
supranacional en curso en América Latina y el
Caribe. La tesis de los "caballos de Troya" del
imperio, que repetidamente hemos planteado en
nuestros escritos sobre el tema, asumen renovada
actualidad con la decisión del mandatario
colombiano. ¿Qué hará ahora la UNASUR y cómo podrá
actuar el Consejo de Defensa Suramericano cuyo
mandato conferido por los jefes y jefas de estado
de nuestros países ha sido consolidar a nuestra
región como una zona de paz, como un área libre de
la presencia de armas nucleares o de destrucción
masiva, como una contribución a la paz mundial
para lo cual se requiere construir una política de
defensa común y fortalecer la cooperación regional
en ese campo?

Es indiscutible que detrás de esta decisión del
presidente colombiano se encuentra la mano de
Washington, que paulatinamente convirtió a la OTAN
en una organización delictiva de alcance mundial,
rebalsando con creces el perímetro del Atlántico
Norte que era su límite original. También se
advertía la mano de Obama al impulsar, poco
después de lanzada la Alianza del Pacífico
(tentativa de resucitar el ALCA con otro nombre),
la provocadora recepción por parte de Santos del
líder golpista venezolano Henrique Capriles. Lo
mismo puede percibirse ahora, con todas las
implicaciones geopolíticas que tiene esa
iniciativa al tensar la cuerda de las relaciones
colombo-venezolanas; amenazar a sus vecinos y
precipitar el aumento del gasto militar entre sus
vecinos; debilitar a la UNASUR y la CELAC;
alinearse con Gran Bretaña en el diferendo con la
Argentina por Las Malvinas, dado que esa es la
postura oficial de la OTAN. Y quien menciona esta
organización no puede sino recordar que, como
dicen los especialistas en el tema, el nervio y
músculo de la OTAN los aporta Estados Unidos y no
los otros estados miembros, reducidos al triste
papel de simples peones del mandamás imperial. En
suma: una nueva vuelta de tuerca de la
contraofensiva imperialista en Nuestra América,
que sólo podrá ser rechazada por la masiva
movilización de los pueblos y la enérgica
respuesta de los gobiernos genuinamente
democráticos de la región. Esa será una de las
pruebas de fuego que tendrán que sobrellevar en
las próximas semanas.

- Dr. Atilio Boron, director del Programa
Latinoamericano de Educación a Distancia en
Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina
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