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China – Estados Unidos: frágil matrimonio de conveniencia
Salvador Capote
ALAI AMLATINA, 17/10/2012.- Se cumplen ya cuatro décadas desde que, en
1972, el viaje a China del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon,
marcó un hito en las relaciones entre ambos países. China era muy
atractiva para los empresarios capitalistas debido a su enormidad como
mercado y a sus oportunidades de inversión y, desde un punto de vista
geopolítico, por la conveniencia de ahondar sus contradicciones con la
Unión Soviética.
Sin embargo, nadie era capaz de calcular entonces el colosal desarrollo
económico que alcanzaría el gigante asiático en tan poco tiempo. China
ha crecido durante décadas en la magnitud de un 10 % anual, lo cual se
traduce en la duplicación de su producto interno bruto (PIB) cada diez
años. De acuerdo a predicciones de Goldman Sachs (1), éste igualará al
de Estados Unidos en el año 2027.
En los años transcurridos, Estados Unidos, además de los objetivos
políticos divisionistas de la guerra fría, logró importantes ventajas
económicas en beneficio de sus corporaciones. El "outsourcing" o
traslado a otros países de producciones industriales y empleos
correspondientes, y la importación de productos chinos baratos, les
produjeron enormes ganancias.
Los crecientes y multibillonarios déficits presupuestarios
estadounidenses, causados por sus desbalances comerciales y,
principalmente, por sus aventuras guerreristas en el Oriente Medio y
otras regiones, fueron cubiertos en gran parte por China. La deuda del
gobierno de Estados Unidos con China supera el trillón de dólares, mayor
que con ningún otro país. Durante muchos años, Beijing ha estado
financiando el déficit de Estados Unidos. Incluso, en 2008, ante las
primeras amenazas de derrumbe financiero global, cuando Japón puso a la
venta 13 billones de dólares de la deuda estadounidense, China actuó de
manera contraria, invirtiendo 44 billones en esa misma deuda, con el
objetivo de fortalecer el dólar.
Pero las superganancias obtenidas por las corporaciones no se reflejan
en aumentos de la calidad de vida del pueblo norteamericano. Por el
contrario, se ha señalado –y con razón- que el beneficio económico que
podría estar recibiendo la población estadounidense con la oportunidad
de comprar infinidad de artículos a bajo costo, está muy lejos de
compensar la pérdida masiva de puestos de trabajo y de capacidades
industriales que se trasladan a China, Hong Kong, Corea del Sur y otros
países (2). Por otra parte, la creciente deuda contraída eleva cada vez
más el monto de los intereses anuales a pagar, lo cual hace más
vulnerable la economía estadounidense y limita sus posiblidades de
recuperación.
Se ha llegado de este modo a una deformación estructural tan profunda
que para las corporaciones transnacionales el obrero norteamericano se
ha convertido en un estorbo que le impide obtener mayores ganancias:
recibe -consideran- un salario demasiado alto y disfruta de muy costoso
seguro médico y otros beneficios; además, para mantener la producción y
los empleos, las corporaciones se ven obligadas a lidiar con sindicatos
y a cumplir con requisitos legales, fiscales y ambientales que repudian.
En realidad, los antagonismos de clase nunca han sido más agudos en
Estados Unidos. El capitalista del siglo pasado explotaba al trabajador
pero lo necesitaba; para el capitalista del siglo XXI, el obrero es un
enemigo.
Por su parte, China se ha beneficiado de un balance comercial
ampliamente a su favor que le ha permitido acumular reservas
extraordinarias de divisas y emplear una parte de sus ganancias en el
desarrollo y modernización de sus fuerzas armadas. China avanza
aceleradamente hacia su paridad con Estados Unidos no sólo en el terreno
económico sino también en el militar.
Estados Unidos se ha quejado reiteradamente de la táctica china de
mantener vinculados los valores del yuan y del dólar. Un yuan débil
frente al dólar le ofrece ventaja comercial a los productos chinos. Un
dólar fuerte le conviene a China no sólo porque facilita la venta de sus
productos sino porque, lo contrario –la depreciación del dólar- genera
tendencias inflacionarias y éstas pueden reducir o anular las ganancias
que obtiene por los intereses que cobra como acreedor.
Existe por tanto, actualmente, una codependencia entre China y Estados
Unidos. Un frágil matrimonio de conveniencia. China necesita para su
desarrollo del mercado estadounidense y de las transferencias
tecnológicas derivadas del "outsourcing". Estados Unidos necesita del
financiamiento chino para cubrir sus déficits presupuestarios, mientras
sus corporaciones lucran con el empleo de mano de obra barata y las
ventajas fiscales de las inversiones en China. El derrumbe económico en
uno de los dos países arrastraría al otro inexorablemente.
¿Hasta cuándo durará esta codependencia? –Hasta que a China no le sea
imprescindible el mercado estadounidense. Y esto ocurrirá en muy pocos
años, probablemente en el entorno del 2020. Para Estados Unidos, romper
la codependencia con China es mucho más difícil, no sólo porque es el
país deudor sino porque las guerras que lleva a cabo amplían sus
déficits presupuestarios y su necesidad de financiamiento externo.
Mientras los gastos militares chinos guardan cierta proporción con su
robusto desarrollo económico (1.4 % aproximadamente de su PIB), Estados
Unidos gasta alrededor de un 4 o 5 % sin tener en cuenta el
debilitamiento que ha tenido lugar en su economía.
Con el aumento sostenido del poder adquisitivo de su población, China
desarrolla su gigantesco mercado interno y realiza megainversiones en
infraestructura y en la creación de puestos de trabajo. En lugar de
enfrascarse, como Estados Unidos, en guerras de victoria imposible donde
se desangra su economía, China establece relaciones de cooperación con
numerosos países, incluidos los de América Latina y El Caribe, y crea
nuevos y amplios mercados. Desde el año 2001 China es miembro de la
Organización Mundial del Comercio. En 2007 se convirtió en el primer
socio comercial de India, el segundo país más poblado del mundo, y firmó
un tratado de libre comercio con los diez estados miembros de la
Asociación de Países del Sudeste Asiático.
La integración China – Rusia económica, política y militar es cada vez
mayor. En agosto de 2012 por ejemplo, "Russia Today" anunció la compra
por China de helicópteros y otros equipos militares rusos por un valor
de 1.3 billones de dólares. Ambos países fundaron en 2001 la "Shanghai
Cooperation Organization" que incluye a cuatro repúblicas del Asia
Central: Kazajstán, Kirguizistán, Tadjikistán y Uzbekistán.
China está ganando también a Estados Unidos la batalla energética. Las
inversiones chinas en petróleo y gas llegan hasta el Golfo de México y
Canadá y se muestran muy activas en todos los continentes. Realiza,
además, grandes inversiones en fuentes renovables de energía como la
solar y eólica y en sistemas de almacenamiento energético. No menos
importante es su estrategia de desarrollo a largo plazo, en contraste
con los avatares partidistas de las proyecciones estadounidenses.
Evidentemente, la estrategia china para convertirse en una gran potencia
mundial se revela altamente eficaz, mientras que la de Estados Unidos
para mantenerse como imperio tiene estampado el signo del fracaso.
El ejemplo de China nos muestra que el futuro no será el de un mundo
unipolar con Estados Unidos como potencia hegemónica, sino el de un
mundo multipolar donde la preservación de la paz dependerá de la
capacidad de negociación y diálogo entre las partes.
Notas:
(1) "The Goldman Sachs Group, Inc.": Firma financiera transnacional con
sede en New York.
(2) De acuerdo a informes del "Department of Labor", desde el año 2000
hasta el presente la industria manufacturera estadounidense ha perdido
más de 4 millones de puestos de trabajo. Sólo en el último año de la
administración de George W. Bush (2008) se perdieron 791,000 empleos.
Ramas completas de prósperas industrias, como la de confecciones,
prácticamente desaparecieron.
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