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Se vende la naturaleza
Frei Betto
ALAI AMLATINA, 30/04/2012.- En vísperas de Rio+20 es imprescindible
denunciar la nueva ofensiva del capitalismo neoliberal: la
mercantilización de la naturaleza. Ya existe el mercado de carbono,
establecido por el Protocolo de Kyoto (1997), el cual determina que los
países desarrollados, principales contaminadores, reduzcan sus emisiones
de gases de efecto estufa en un 5.2 %.
Reducir el volumen de veneno vomitado por esos países a la atmósfera
implica reducir las ganancias. Por eso se inventó el crédito del
carbono. Una tonelada de dióxido de carbono (CO2) equivale a un crédito
de carbono. El país rico o sus empresas, al sobrepasar el límite de
contaminación permitida, compra el crédito del país pobre o de sus
empresas que todavía no alcanzaron sus respectivos límites de emisión de
CO2 y de este modo queda autorizado a emitir gases de efecto estufa. El
valor de ese permiso debe ser inferior a la multa que el país rico
pagaría, en el caso de que sobrepasara su límite de emisión de CO2.
Pero surge ahora una nueva propuesta: la venta de servicios ambientales.
Léase: apropiación y mercantilización de las selvas tropicales, bosques
plantados (sembrados por el ser humano) y ecosistemas. Debido a la
crisis financiera que afecta a los países desarrollados el capital anda
buscando nuevas fuentes de lucro. Al capital industrial (producción) y
al capital financiero (especulación) se le suma ahora el capital natural
(apropición de la naturaleza), conocido también como economía verde.
La diferencia de los servicios ambientales es que no son prestados por
una persona o empresa, sino ofrecidos, gratuitamente, por la naturaleza:
agua, alimentos, plantas medicinales, carbono (su absorción y
almacenamiento), minerales, madera, etc. La propuesta es poner un basta
a dicha gratuidad. En la lógica capitalista el valor de cambio de un
bien está por encima de su valor de uso. Por lo cual los bienes
naturales deben tener precio.
Los consumidores de los bienes de la naturaleza pasarían a pagar, no
sólo por la administración de la "manufactura" del producto (igual que
pagamos por el agua que sale por el grifo en casa), sino por el bien
mismo. Sucede que la naturaleza no tiene cuenta bancaria para recibir el
dinero pagado por los servicios que presta. Los defensores de esta
propuesta afirman que, por tanto, alguien o alguna institución debe
recibir el pago (el don de la selva o del ecosistema).
Tal propuesta no toma en cuenta a las comunidades que habitan en las
selvas. Dice una habitante de la comuidad de Katobo, selva de la
República Democrática del Congo: "En la selva recogemos leña, cultivamos
alimentos y comemos. La selva proporciona todo: legumbres, toda clase de
animales, y eso nos permite vivir bien. Por eso nos sentimos muy felices
en nuestra selva, porque nos permite conseguir todo lo que necesitamos.
Cuando oímos que la selva puede estar en peligro, eso nos preocupa,
porque no podríamos vivir fuera de la selva. Y si alguien nos ordenara
salir de la selva, quedaríamos con mucha rabia, porque no podemos
imaginar una vida que no sea dentro o cerca de la selva. Cuando
plantamos alimentos, tenemos comida, tenemos agricultura, y también
caza, y las mujeres recogen mariscos y peces en los ríos. Tenemos
diferentes tipos de legumbres, y también plantas comestibles de la
selva, y frutas y todo tipo de cosas que comemos, que nos dan fuerza y
energía, proteínas, y todo lo que necesitamos".
El comercio de servicios ambientales ignora esa visión de los pueblos de
la selva. Se trata de un nuevo mecanismo de mercado, por lo cual la
naturaleza es cuantificada en unidades comercializables.
Esta idea, que suena como absurda, surgió en los países industrializados
del hemisferio Norte en la década de 1970, cuando se dio la crisis
ambiental. Europa y los Estados Unidos comprendieron que los recursos
naturales son limitados. La Tierra no tiene forma de ser ampliada. Y
está enferma, contaminada y degradada.
Ante esto los ideólogos del capitalismo propusieron valorar los recursos
naturales para salvarlos. Calcularon el valor de los servicios
ambientales entre US$ 160 mil y 540 mil millones (el PIB mundial, o sea
la suma de bienes y servicios, totaliza actualmente US$ 620 mil
millones). "Es el momento de reconocer que la naturaleza es la mayor
empresa del mundo, trabajando para beneficiar al 100 % de la humanidad,
y lo hace de gratis", afirmó Jean-Cristophe Vié, director del Programa
de Especies de la IUCN, principal red global para la conservación de la
naturaleza, financiada por gobiernos, agencias multilaterales y empresas
multinacionales.
En 1969 Garret Hardin publicó el artículo "La tragedia de los
comunitarios", para justificar la necesidad de cercar la naturaleza,
privatizarla, y garantizar así su preservación. Según el autor, el uso
local y gratuito de la naturaleza, como lo hace una tribu indígena,
acaba en destrucción (lo que no corresponde a la verdad). La única forma
de preservarla para el bien común es volverla administrable por quien
tenga competencia, o sea las grandes corporaciones empresariales. He ahí
la tesis de la economía verde.
Pero de sobra sabemos cómo enfocan ellas la naturaleza: como mera
productora de "commodities". Por lo cual empresas extranjeras compran,
en el Brasil, cada vez más tierras, lo que significa una desapropiación
mercantil de nuestro territorio. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de "El amor fecunda el Universwo.
Ecología y espiritualidad", entre otros libros.
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