jueves, 12 de abril de 2012

[alai-amlatina] Cuba y las relaciones Vaticano-Estados Unidos

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Cuba y las relaciones Vaticano-Estados Unidos

Salvador Capote

ALAI AMLATINA, 12/04/2012.- Una de las paradojas del imperio
estadounidense es que mientras ha existido siempre separación entre la
Iglesia y el Estado, siempre también la religión y la política han
estado indisolublemente unidas. El que lo dude sólo tiene que observar
las piruetas que realizan los aspirantes presidenciales republicanos
para ganar el voto evangélico del Cinturón de la Biblia o el voto
católico del Nordeste sin molestar a los fantasmas del Boston puritano.

El dominio WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant) determinó que durante
117 años, desde 1867 hasta 1984, no existiesen relaciones diplomáticas
entre el gobierno de Estados Unidos y la Santa Sede.

Fue la elección como papa de un obispo polaco y su creciente influencia
en los países del Este de Europa lo que permitió que el presidente
Ronald Reagan tomase la decisión, a pesar de la fuerte oposición
interna, de nombrar un embajador en el Vaticano. Algunos hablan de la
formación de una alianza Reagan-Juan Pablo II pero no hubo tal sino una
coincidencia de objetivos en contra del comunismo soviético, aunque con
motivaciones muy diferentes: geopolíticas en el primer caso;
espirituales o, si se quiere, georeligiosas, en el segundo.

Seguramente no fue coincidencia que Reagan situase en posiciones claves
de su administración a prominentes figuras católicas: William Casey,
Director de la CIA; Alexander Haig, Secretario de Defensa; Richard
Allen, Director del Consejo de Seguridad Nacional; William Clark, jefe
de su equipo de asesores, entre otros.
Esta coincidencia de intereses no transcurrió siempre sobre un lecho de
rosas. Cuando, por ejemplo, el general Jaruzelski decretó la ley marcial
en Polonia (1981-1983) el Papa Juan Pablo II se opuso a las sanciones
económicas de Estados Unidos argumentando que solo servirían para causar
sufrimientos a la población.

La visita a Cuba del Papa Juan Pablo II en enero de 1998 causó gran
malestar en la administración Clinton. En diciembre de ese mismo año, la
figura principal de la Iglesia Católica en Boston, el cardenal
estadounidense Bernard Law, permaneció durante cuatro días como huésped
de su homólogo Jaime Ortega y estableció contactos con el gobierno
cubano. Tiempo después, con George W. Bush como presidente, cuando
estalló en Estados Unidos el escándalo por abusos sexuales contra niños,
se concentró en Law, como figura principal eclesiástica en Boston, el
ataque despiadado de la prensa. Algunas autoridades del Vaticano
percibieron como sobredimensionada la campaña mediática contra Law y
concluyeron que el cardenal estaba pagando un precio político por sus
visitas a Cuba y su oposición al bloqueo económico, que provocaron
contra él un odio visceral en grupos de exiliados cubanos en Estados
Unidos. Law tenía también en su contra al "lobby" sionista por su
defensa de la causa palestina.

Juan Pablo II se opuso tenazmente a la Guerra de Irak. Veía, por una
parte, un gran peligro en las ideas mesiánicas de Bush, sus
"conversaciones" con Dios y su decisión de ir a la guerra supuestamente
por mandato celestial, su unilateralismo, sus teorías de guerra
preventiva y su autorización de la tortura. Por otra parte, el Papa
temía por la suerte que habrían de correr las minorías, en especial las
minorías cristianas en el Medio Oriente, y que el conflicto se
considerase en el mundo islámico como una nueva cruzada y se convirtiese
en guerra religiosa.

La unión de los neoconservadores con las denominaciones evangélicas bajo
la administración Bush dio origen a la doctrina de que no sólo era una
exigencia moral sino una necesidad de seguridad nacional cristianizar a
los pueblos islámicos y exportar a esas regiones del mundo la democracia
representativa y las costumbres y valores norteamericanos.

A la atmósfera de cruzada contra el infiel contribuyó la preocupación
por el crecimiento demográfico del Islam. De 200 millones de musulmanes
en 1900, pasaron a 1188 en 2005. Actualmente suman 1620 millones, 500
millones más que cuando Bush, disfrazado de piloto, anunció "misión
cumplida" a bordo del portaaviones Abraham Lincoln.

Las mayores fricciones entre el Vaticano y la administración Bush se
produjeron precisamente en la esfera de las relaciones internacionales.
La Santa Sede, y el resto del mundo, quedaron estupefactos cuando el 11
de enero de 2002 arribó a la base naval de Guantánamo, territorio
usurpado a Cuba por Estados Unidos, la primera oleada de prisioneros.
Luego se sucederían los escándalos por torturas en Abu Ghraib, en la
propia base de Guantánamo y en las cárceles secretas distribuidas por
medio mundo. El mayor distanciamiento se produjo con la publicación, en
septiembre de 2002, del documento Estrategia de Seguridad Nacional, en
el cual el gobierno de Estados Unidos revelaba sus propósitos de
utilizar la fuerza militar unilateralmente y en forma preventiva contra
los países que considerase enemigos.

El gobierno de Bush no podía ocultar su frustración. De un apoyo
prácticamente total a raíz de los trágicos sucesos del 11-S de 2001, año
en que para albergar la sede en New York el Opus Dei inauguró su
monumental edificio de 15 plantas, el Vaticano había pasado a la más
férrea oposición a la estrategia del imperio. "Yo no entiendo la
posición del Vaticano" declaró Condoleezza Rice a la revista italiana
Panorama.

El Papa realizó su último intento por detener la guerra enviando al
cardenal Pio Laghi con un mensaje personal para el presidente.
Condoleezza Rice recibió al enviado del Papa de manera fría, un tanto
grosera, y Bush le aseguró que Dios le había salvado del alcoholismo y
le guiaba ahora para iniciar el conflicto. No había ya nada que hacer,
todo estaba decidido por mandato divino, política y militarmente.

Pero el rechazo del gobierno de Estados Unidos a la diplomacia de la
Iglesia Católica no duró mucho tiempo. En pocos meses, el desastre de la
guerra, la desconfianza de sus propios aliados y el creciente
sentimiento antinorteamericano en todo el mundo y principalmente en los
países musulmanes, hicieron que la administración Bush se volviese hacia
el Vaticano como tabla de salvación para salir de su aislamiento y
aplacar la furia de los imanes. Después que la audiencia del
Vicepresidente Dick Cheney con Juan Pablo II no obtuvo resultados y fue
ignorada casi completamente por los medios de prensa romanos, el propio
Bush visitó al Papa el 4 de junio de 2004. Condoleezza Rice, que viajó
con Bush a Roma, no le acompañó en la audiencia papal. La ausencia de la
asesora de seguridad nacional del presidente fue considerada por muchos
como un insólito gesto de arrogancia.

En un inicio, el Papa había rechazado conceder a Bush la audiencia
solicitada. Las autoridades eclesiásticas comunicaron al embajador de
Estados Unidos que el Papa no podría recibir al presidente durante la
estancia de este último en Roma debido al compromiso de asistir a un
congreso de juventudes en Suiza. Sin embargo, la reunión con el Papa era
de tanta importancia para la estrategia electoral de Bush que alteró su
propio itinerario, algo humillante para su cargo, con el fin de llegar
antes a Roma y presionar de este modo para obtener la entrevista. Bush
quería demostrar al electorado norteamericano que si el Papa no lo
respaldaba en cuanto a la guerra, si contaba con su apoyo en relación a
los valores humanos.

A pesar de las claras divergencias entre la Santa Sede y el gobierno de
Estados Unidos en lo que respecta a política exterior, el Papa Juan
Pablo II tomó partido en las elecciones presidenciales de 2004 a favor
del protestante George W. Bush y en contra del católico John Kerry. Este
hecho es de extrema importancia para entender las posiciones que asume
el Vaticano.

Bush no perdía oportunidad para resaltar los valores familiares, su
oposición al aborto, a los matrimonios entre personas del mismo sexo, a
la eutanasia, a las investigaciones con células madres y otros tópicos
que lo colocaban más cerca de los principios morales de la Iglesia
Católica que su adversario. Kerry, por el contrario, mantenía que las
creencias religiosas eran un asunto totalmente privado y era considerado
por la jerarquía eclesiástica como un exponente del relativismo cultural
y del secularismo combatido por la Iglesia. Las ideas liberales de Kerry
contrastaban con la ortodoxia del Papa Juan Pablo II. Con Kerry, además,
la Iglesia no tenía nada que ganar pues no había indicio alguno de que,
como presidente, pudiese cambiar el curso de la guerra.
La lección importante que podemos extraer del triunfo electoral de Bush
con el apoyo de la mayoría de los católicos es que el Vaticano prioriza
su lucha contra el secularismo y el relativismo moral sobre otras
esferas como las relaciones internacionales.

Con posterioridad a las elecciones de 2004, Bush continuó cortejando al
Vaticano. Por vez primera en la historia, con los nombramientos de John
G. Roberts y de Samuel Alito, los católicos alcanzaron la mayoría (5 de
9) en la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos. A los funerales de
Juan Pablo II, en abril de 2005, asistió el presidente Bush, Bill
Clinton y George H. W. Bush. Con Jimmy Carter hubieran sumado tres los
ex-presidentes pero no hubo espacio para este último en el "Air Force
One" según la explicación oficial. La imagen de estos tres personajes y
de Condoleezza Rice que los acompañaba, protestantes los cuatro,
arrodillados frente al Papa en la Basílica de San Pedro, podría
utilizarse como magnífica propaganda del ecumenismo o, más bien, como
paradigma de oportunista hipocresía.

La elección como papa del cardenal Ratzinger representó un triunfo del
conservadurismo moral tanto de católicos como de protestantes. El nuevo
pontífice seguiría en general la línea política trazada por su antecesor
pero imprimiéndole un estilo propio más apegado a la ortodoxia.

En Julio de 2007, Condoleezza Rice, como Secretaria de Estado, viajó a
Roma y solicitó una reunión urgente con el Papa Benedicto XVI para
tratar asuntos del Medio Oriente. La Secretaria hablaría en nombre del
presidente Bush. La respuesta fue que el Papa se encontraba descansando
en su residencia de Castelgandolfo, al sur de Roma, y no podría
recibirla por cuestiones de protocolo. Los diarios de Italia apuntaron
que se trataba de un desaire evidente a la administración Bush y en
particular a la Secretaria de Estado que nunca fue bien vista en el
Vaticano. Fue ella la que, justo antes del inicio de la guerra de Irak,
dejó claro al enviado del Papa Juan Pablo II, cardenal Pio Laghi, que el
gobierno de Estados Unidos no estaba interesado en los puntos de vista
del Papa acerca de la inmoralidad de la ofensiva militar. El Vaticano no
olvidaba tampoco su descortés ausencia de la audiencia papal en junio de
2004.

En 2007, debido a la enfermedad del líder de la Revolución Cubana, Fidel
Castro, la Casa Blanca y el Departamento de Estado creyeron llegada la
oportunidad de producir acontecimientos en Cuba que condujesen a la
restauración del capitalismo en la nación del Caribe. Con ese fin,
realizaron gestiones para lograr el apoyo de la Iglesia Católica. Sin
embargo, los contactos en el Vaticano con el cardenal Tarcisio Bertone
no dieron los resultados que esperaban. La Santa Sede no compartía los
criterios de los funcionarios y diplomáticos estadounidenses,
considerándolos demasiado simplistas y sin base objetiva.

En abril de 2008, Benedicto XVI visitó Estados Unidos coincidiendo con
la campaña electoral presidencial. Era la primera visita oficial de un
pontífice a Washington después del establecimiento de relaciones
diplomáticas plenas en 1984. La presencia del Papa en Estados Unidos en
un año electoral constituía un apoyo al candidato republicano frente al
demócrata Barak Obama, de ideas más liberales. Una situación semejante a
la de 2004 con el aspirante John Kerry pero, esta vez, las bases
católicas no respondieron en las urnas a la jerarquía eclesiástica.

Con el flamante Premio Nobel de la Paz como presidente, era de esperar
una mayor coincidencia con el papa en la arena internacional. Por el
contrario, Obama continuó los planes de guerra del imperio y amenaza con
iniciar nuevos conflictos militares con Irán y Siria.

Aunque las relaciones actuales de la Iglesia con el gobierno de Estados
Unidos son formalmente buenas, en el fondo se desarrolla una sorda
guerra cultural. La Santa Sede teme, hoy más que nunca, que se haga
realidad la célebre teoría del "choque de civilizaciones" del
historiador Samuel Huntington.

Un golpe bajo reciente de la administración Obama fue la inclusión del
Vaticano (marzo de 2012), en la lista de "crímenes financieros" del
Departamento de Estado. Por primera vez, a pesar de las medidas que se
sabe ha tomado para evitarlo, el Vaticano se encuentra en la lista de
lavadores de dinero potenciales. Esta medida podría interpretarse como
represalia por las excelentes relaciones de la Iglesia con el Estado
cubano y el anuncio de la visita a Cuba del Papa Benedicto XVI.

En efecto, un mes más tarde, Benedicto XVI realizaba con éxito una
visita pastoral a la isla y solicitaba a Estados Unidos poner fin al
criminal bloqueo económico contra Cuba.

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