Los agrotóxicos matan
Alfredo Acedo
ALAI AMLATINA, 14/10/2011.- La alfombra a cuadros verde y ocre del Valle
del Yaqui oculta con su belleza la tragedia de esta región del noroeste
de México, devastada por el uso intensivo de agrotóxicos bajo el modelo
de agricultura capitalista que durante más de medio siglo ha contaminado
agua, suelos y aire, y ha afectado mortalmente la salud de las personas.
El valle se extiende en una zona de unas 225 mil hectáreas de tierras de
riego por gravedad al sur de Sonora donde se cultiva principalmente
trigo, maíz, algodón, hortaliza y forrajes. La región junto con Baja
California aporta el 65 por ciento de la producción anual de trigo de
México.
Nací y viví hasta la pubertad en un pequeño pueblo de agricultores en
medio de las tierras de cultivo, al sur de Ciudad Obregón. Varias veces
vi llegar a mi padre del trabajo a casa con los síntomas de
envenenamiento. Él operaba maquinaria agrícola, incluidos tractores con
implementos para aplicar plaguicidas, defoliantes y fertilizantes. Murió
de un cáncer cerebral a sus 61 años apenas cumplidos. El glioma maligno
extinguió su vida en menos de seis meses ante la mirada impotente de sus
seres queridos.
La irresponsabilidad criminal de las empresas fabricantes y expendedoras
de agrotóxicos es un expediente abierto. Ante la falta absoluta de
información entre trabajadores agrícolas, aplicadores y población
general, un Warning! no es suficiente para alertar sobre la clase de
material que están recibiendo. Después de las aplicaciones sin ningún
tipo de protección, los recipientes quedan abandonados dondequiera y los
pilotos lavan los tanques de sus aviones lanzando los residuos incluso
en áreas pobladas.
En estas zonas cuando los niños apenas alcanzan estatura para llevar los
tanques aspersores en la espalda, o la fuerza necesaria para sostener
una bandera que indique el camino al avión fumigador, participan también
en las tareas agrícolas por unos cuantos pesos, quedando en ambos casos
envueltos por horas en una nube de venenos. Si acaso no son víctimas de
envenenamiento inmediato, los efectos nefastos por acumulación de
exposiciones llegarán no mucho tiempo después.
En lo personal, desde mi infancia he llevado en la memoria olfativa el
olor de los defoliantes como una nostalgia macabra.
Venenos en la leche materna
Se afirma que es mejor para el desarrollo durante la niñez ser
alimentado con leche del seno materno. Esta verdad médica indiscutible
no es tan cierta para los niños y las niñas que han crecido en el Valle
del Yaqui.
Desde hace más dos décadas se ha venido documentando la presencia de
plaguicidas organoclorados en leche materna de residentes del Valle,
como arrojó, por ejemplo, un estudio aplicado a madres lactantes de
Pueblo Yaqui, comisaría del municipio de Cajeme, en 1990. Los resultados
mostraron que el 85.71 por ciento de las muestras analizadas
evidenciaron la presencia de 1 a 3 plaguicidas. Los compuestos
detectados fueron: aldrín, HCH, (lindano), DDT-técnico y pp-DDE, con una
concentración promedio de 0.11, 0.17, 0.27 y 1.90 partes por millón
(ppm), respectivamente. La investigación demostró que los niveles de
lindano, DDT-técnico y pp-DDE se encontraron en concentraciones
superiores a los límites establecidos para leche por la FAO y la OMS.
Varios estudios posteriores no sólo han confirmado el dramático
hallazgo, sino que hace 3 años se pudo determinar el paso a través de la
placenta de plaguicidas de mujeres embarazadas a sus neonatos, en otro
estudio practicado también en residentes de Pueblo Yaqui. Las muestras
de sangre materna, líquido amniótico y cordón umbilical en las mujeres
bajo estudio contenían los plaguicidas alfa-HCH, gamma-HCH (lindano),
HCB, dieldrín, endrín y DDE.
Neonatos lactantes de la misma localidad, a los 3 meses de edad,
presentaron en su sangre los mismos plaguicidas. A los seis meses tales
sustancias permanecieron presentes, sólo que algunas se transformaron en
productos de degradación y las concentraciones correspondientes al
lindano y al dieldrín sobrepasaron a las detectadas en personas con
exposición normal.
Para completar el cuadro, hace menos de tres años los valores obtenidos
para metales pesados en las muestras de agua procedentes de las
comunidades de Bácum, Pueblo Yaqui y Quetchehueca rebasaron lo permitido
por la Norma Oficial Mexicana. Se confirmó también la presencia de
plaguicidas organoclorados como malatión y paratión metílico en el agua
de drenaje de las dos últimas comunidades agrícolas.
De acuerdo con variados y acreditados estudios, la exposición crónica
incluso a bajas dosis a los agrotóxicos causa daños graves a la salud
humana relacionados con la aparición de cánceres, alteraciones
cromosómicas, malformaciones congénitas, afecciones del sistema nervioso
y trastornos del sistema endócrino, entre otros.
Hasta hace muy poco tiempo y sin mucha convicción, algunas instituciones
gubernamentales y educativas, presionadas por la opinión pública, se han
dedicado a investigar, informar y capacitar además de crear basureros
especiales para los envases envenenados, al amparo de la idea del uso
seguro de los agrotóxicos. El problema es que esta idea carece de
fundamento: ni como trabajador del campo ni como habitante de las zonas
rurales ni como consumidor de los productos de la agricultura industrial
se puede estar a salvo de los venenos agrícolas.
Una vez esparcidos, los agrotóxicos contaminan los ríos, los mantos
freáticos, las costas, el aire, el suelo y los alimentos. La exposición
de los seres humanos ocurre por inhalación, ingestión y contacto.
Cada año ocurren en el mundo tres millones de intoxicaciones severas por
agroquímicos y a consecuencia de ellas fallecen por lo menos unas 300
mil personas. El 99 por ciento de estas muertes ocurre en los países
subordinados.
Nobel para la Revolución Verde
Todo este desastre ambiental y humano produjo contradictoriamente un
Premio Nobel de la Paz, en la figura de Norman Ernest Borlaug, el
investigador estadunidense con cuyas técnicas de mejoramiento genético
del trigo, desarrolladas en campos experimentales sufragados por el
gobierno mexicano —en este caso el Centro de Investigaciones Agrícolas
del Noroeste, en el corazón del Valle del Yaqui—, se convirtió en el
centro de la Revolución Verde.
Se trataba del nuevo modelo de producción agrícola impulsado desde
mediados del Siglo XX para la expansión de los agronegocios a partir de
la utilización intensiva de semillas híbridas, fertilizantes químicos,
plaguicidas y la mecanización extensiva del campo. Cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial, ésta fue la ruta impuesta por el complejo
militar industrial para mantener sus abultadas ganancias. Los explosivos
fueron convertidos en fertilizantes nitrogenados, los gases mortales en
pesticidas y los tanques de guerra en tractores.
Desde entonces, la utilización de agrotóxicos se difundió intensamente
en la agricultura con la justificación de que el incremento en los
rendimientos llevaría a acabar con el hambre. Pero su uso se extendió
también en la industria, en las viviendas y hasta en las campañas de
salud pública para combatir enfermedades como el paludismo.
El agronegocio generó mentalidad, amplió el monocultivo, favoreció la
concentración de tierras y consolidó el poder político de los grandes
productores. Elevó también la explotación del trabajo, la migración
campo-ciudad y el desempleo rural. Simultáneamente, incrementó el lucro
capitalista de los grandes propietarios rurales y las trasnacionales de
las industrias química, metalúrgica y biotecnológica involucradas. Desde
el inicio contó con fuerte apoyo del aparato gubernamental e
instituciones científicas y tecnológicas, como una norma impuesta
mundialmente para subsidiar a las empresas multinacionales con dinero
público.
De la mano del mito de los agrotitanes, supuestos pioneros de la
apertura del valle a la irrigación y al cultivo, la figura de Borlaug
creció hasta ser una especie de santo laico de los grandes agricultores
sonorenses, con calles, estatuas y homenajes en su nombre.
Pregunté a Borlaug no muchos años antes del fin de su longeva existencia
si la Revolución Verde podía mantener la promesa de acabar con el
hambre. Admitió que se había llegado al límite del incremento en los
rendimientos por esa vía y dijo que era necesario enfrentar el problema
con decisiones políticas. Era a principios de la década de los noventa.
Hoy no puede estar más claro que las soluciones a la crisis alimentaria
no son tecnológicas sino dependen de una transformación radical en los
patrones de producción, distribución y consumo de alimentos.
Pero Borlaug no consideró importantes los daños ambientales de los
agrotóxicos ligados al paquete tecnológico de su revolución.
Resultado del modelo, hay ahora en el mundo unas 20 grandes industrias
fabricantes de agrotóxicos, con un volumen de venta que rebasa los 40
mil millones de dólares anuales y una producción de 2.5 millones de
toneladas de veneno. Las principales compañías apoderadas del mercado
son Syngenta, Bayer, Monsanto, Dow Agrosciences y Du Pont. América
Latina es un importante y creciente mercado donde la facturación en la
venta de agrotóxicos creció 18.6 por ciento entre 2006 y 2007 y 36.2 por
ciento entre 2007 y 2008.
Una investigación sobre los principales plaguicidas utilizados en el
Valle del Yaqui, su cantidad y su impacto en la salud, en el periodo
1995-1999 encontró que los agrotóxicos de mayor aplicación fueron los
herbicidas (34%), carbamatos (27.53%), organofosforados (27.53%),
fungicidas, organoclorados y piretroides. El total de ingrediente activo
arrojado al valle fue de 3 mil 146 toneladas 616 kg. En 1998 fue el año
que más se utilizó ingrediente activo por el orden de 806 toneladas 123
kg. En la incidencia de enfermedades se detectó aplasia medular,
leucemia aguda, y linfoma no Hodkin. (Valenzuela Gómez, L. 2000. Tesis
Profesional. ITSON. Ciudad Obregón, Son.)
Un agrónomo en activo que prefirió el anonimato informó que el
plaguicida más usado actualmente es el glifosato producido por Monsanto
y comercializado aquí como Faena (Roundup, en otros sitios). De acuerdo
con un estudio reciente, las formulaciones y productos metabólicos del
glifosato causan la muerte de embriones, placentas, y células
umbilicales humanos in vitro aún en bajas concentraciones. En el Valle,
según la fuente anónima, todavía se sigue aplicando paratión y malatión.
El primero —extremadamente tóxico—, está definitivamente prohibido en
varios países y por el Convenio de Róterdam. Respecto al segundo, la
Administración de Seguridad y Salud Ocupacional de Estados Unidos
establece un límite de 15 miligramos por metro cúbico de aire en el
trabajo durante jornadas de 8 horas diarias, 40 horas a la semana,
recomendaciones prácticamente imposibles de observar.
Campaña de sensibilización
Se puede definir a los agrotóxicos como los insumos de la agricultura
industrial elaborados a partir de sustancias químicas venenosas en forma
de insecticidas, defoliantes, herbicidas y fungicidas. Por su acción
contaminante se incluye en esta categoría a los fertilizantes químicos
que degradan suelos y sus componentes se incorporan a la cadena
alimenticia en esteros y bahías. Y deben ocupar un lugar las semillas
transgénicas asociadas al uso intensivo de pesticidas cancerígenos como
el glifosato y a plantas que producen su propio insecticida.
A partir de esta definición y con información abundante que dimensiona
el tamaño del enemigo, hace unos días representaciones de todos los
países que integran la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones
del Campo (CLOC), en reunión en la escuela de capacitación campesina de
la FENSUAGRO en Viotá, Colombia, analizaron esta problemática que es
común a toda sus regiones: Cono Sur, Andina, Centroamérica, Norte
(México) y Caribe.
Se decidió lanzar una campaña continental bajo el lema: "Los agrotóxicos
matan". Una campaña de educación, concientización e indignación que
busca sensibilizar a la sociedad, acabar con el mito del uso seguro de
los agrotóxicos y luchar por su erradicación definitiva.
La campaña debe atacar el centro de la ideología del agronegocio,
impactar en la opinión pública y llegar a las comunidades y las
familias. Debe ser una plataforma de unidad entre ambientalistas,
campesinos, obreros, estudiantes, consumidores y todas aquellas personas
que deseen una producción de alimentos sanos respetuosa del medio ambiente.
Se debe explicar por todos los medios al alcance, la necesidad y el
potencial de nuestros países para producir alimentos diversificados y
saludables para todas las personas, con base en la agroecología. De
igual modo, denunciar y responsabilizar a las empresas productoras y
comercializadoras de agrotóxicos, despertando en la sociedad la
necesidad de cambiar el modelo agroalimentario que produce comida
envenenada, degradación ambiental y pingües ganancias para unos cuantos.
Para ello se propuso responsabilizar a una organización por región (para
el caso de México, la Unión Nacional de Organizaciones Regionales
Campesinas Autónomas), integrando comités y subcomités en las diversas
subregiones con la participación de todas las organizaciones de la CLOC,
así como el nombramiento de un equipo de coordinación continental que
contará con la colaboración del área de comunicación de la Secretaría
Operativa radicada en Quito.
El lanzamiento de la campaña fue programado para el 3 de diciembre, día
internacional contra el uso de plaguicidas, con un pre lanzamiento
durante el Congreso Internacional de Agroecología en La Habana, en
noviembre.
Es urgente empezar a romper el círculo perverso de producción agrícola
donde la misma empresa trasnacional, más alguna similar o filial,
produce la semilla, el tóxico y hasta la falsa medicina. Y entre todas
llevan sus venenos a nuestra mesa.
- Alfredo Acedo es director de Comunicación Social y asesor de la Unión
Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas. México
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