martes, 25 de octubre de 2011

[alai-amlatina] Emergencia en El Salvador: Miradas

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Emergencia en El Salvador:
Miradas

Carlos Ayala Ramírez

ALAI AMLATINA, 25/10/2011.- En el contexto de la reciente emergencia
nacional por las intensas y constantes lluvias que cayeron sobre El
Salvador, el obispo auxiliar, monseñor Gregorio Rosa Chávez, hizo una
exhortación a ver al país desde tres perspectivas o miradas: la mirada a
la realidad de inhumana pobreza; la mirada a la respuesta que como país
se ha dado a la emergencia; y la mirada a la triple vulnerabilidad que
caracteriza a la sociedad salvadoreña: económica, social y ecológica.
Estas miradas se pueden hacer a partir de documentos que presentan
sendos diagnósticos técnicos (uno reciente, por ejemplo, es el Estado de
la Región 2010); también podemos recurrir a los analistas e
investigadores que tienen por vocación propia el conocimiento de la
realidad económica, social, política, ecológica, etc. Menos recomendable
son las miradas que sobre estos temas tienen los políticos, en las
cuales prevalece el interés particular sobre el general, lo ideológico
sobre los datos de la realidad, el "rollo" político sobre el análisis
serio.

Pero hay una mirada que no suele estar en la opinión publicada en los
medios (recordemos, de paso, que opinión publicada no es necesariamente
lo mismo que opinión pública, por mucho que se pretenda identificarlas:
la opinión pública, en principio, forma parte de la sociedad civil y no
de la sociedad política, mientras que la opinión publicada suele ser la
de los grupos de interés con mayor poder económico, social, mediático,
etc.). ¿De qué mirada hablamos? Nos referimos a la que hace el ciudadano
común; para el caso que nos ocupa, el ciudadano que ha salido más
afectado por esta calamidad nacional, el mismo que está afectado por la
calamidad estructural de la exclusión social. ¿Qué expresan estas
miradas? Veamos algunas recogidas entre la población del bajo Lempa.

María Jesús Marinero, 72 años: "Mire, mis hijos todos murieron en la
guerra, solo tengo nietos, somos seis por todos. Yo vine a vivir a esta
zona después de la guerra. Aquí encontramos vivienda y trabajamos la
tierra. Esta vez tuvimos que salir de las casas porque el agua se metió
por todos lados; acá en el albergue al menos estamos en lo seco. Andar
solo en el agua se pelan los pies, salen hongos, y luego nos cuesta
caminar. Mi principal pedido es que nos ayuden a arreglar las casas. En
mi caso, una parte ya no sirve porque las láminas se reventaron. El
arreglo de la casa tiene que ser primero".

Leopoldo Romero, 23 años: "Yo nací en Tierra Blanca, pero mis padres se
trasladaron a este lugar. A los 14 años me fui para el Norte. Estuve
casi siete años viviendo allá, en Miami, pero me deportaron hace dos
años más o menos. Durante las descargas de agua, yo me quedé cuidando
los animales, aguantando el agua por cuatro noches. Mire como tengo los
pies, con hongos y mazamorra, inflamados. Le hicimos frente a las llenas
que eran cada vez más fuertes. Logré que los animales no se ahogaran,
pero la milpa sí se perdió. Antes de las lluvias estábamos contentos
porque pensamos que la cosecha estaba lograda, pero hoy que las vemos
son un desastre, se pudrieron".

María Antonia Hernández, 60 años: "Yo vivo en la comunidad del Presidio
Liberado. Los potreros y las plantaciones se llenaron de agua y todo se
arruinó. Perdí dos manzanas de maíz que las iba a utilizar para
alimentar al ganado, también unas gallinas, hay varios animales muertos
en los potreros. Fíjese que yo el primer día estuve en un albergue, pero
me salí porque unos bolos estaban amenazando a uno de mis hijos. En esos
lugares hay muchos problemas, prefiero quedarme en mi casa, aunque ande
con el agua hasta la cintura. En estos días he tenido que dormir con las
botas puestas, al estilo militar. El problema más grave de aquí sigue
siendo la borda: está rota en varios tramos. Eso lo hemos venido
diciendo desde hace años y no se hace nada".

Rosa Ivania Cortez, 22 años: "Aquí lo que más afecta cada invierno no es
tanto la lluvia, sino las descargas que se hacen en la presa del río
Lempa. Si hubiera bordas adecuadas, viviríamos una vida tranquila;
mientras eso no ocurra, seguimos con el peligro entre nosotros. Cada año
se pierde la mazorca, se mueren animales, se arruinan nuestras casas,
pero logramos salvar nuestras vidas. En eso sí hemos aprendido que es
mejor prevenir que lamentar, aunque algunas personas todavía se
arriesgan por cuidar sus cositas. Ahora tendremos que esperar por lo
menos tres meses para que la tierra se seque y poder comenzar la siembra
de verano. De momento, tendremos que comprar el maíz que necesitamos".

Joel de Jesús Merino, 24 años: "Pasamos una desgracia: se rompió la
borda y por eso se inundó todo. Unos salieron a los albergues y otros
nos quedamos en las casas; es difícil dejar las cosas que nos han
costado tanto: una cama, unas gallinas, la ropa… Yo perdí una manzana de
milpa que sembré para la comida de la familia. Ahora tengo que hacer un
esfuerzo para cultivar en verano, en el mes de febrero. Los víveres que
nos han traído de diferentes partes nos ayudan más de lo que se imagina,
nos sacan del apuro. Gracias a la ayuda solidaria salimos con la
necesidad del día; ha sido una gran bendición. Las semanas que siguen ya
es otra cosa, que puede resultar más crítica".

Presentación Carrillo, 58 años: "Uno de los problemas que tuvimos es con
la instalación de los albergues; no están debidamente acondicionados.
Una de las promesas del anterior presidente de CEL fue la construcción
de albergues permanentes, que reunieran todas las condiciones de
seguridad, higiene, salud, alimentación y otras necesidades. Hemos
intentado hablar con el nuevo presidente para tratar de nuevo el tema,
pero no ha sido posible. Una vez que pase la emergencia, hay que exigir
el cumplimiento de esa promesa".

¿Qué ponen de manifiesto estas miradas? Revelan, en principio, una
historia de sufrimiento, exclusión social y penurias; pero también una
práctica de resistencia organizativa que los hace pueblo en el sentido
estricto del término. Y desde una perspectiva teórica, revelan que la
pobreza en la que vive un buen número de familias salvadoreñas no es un
infortunio ni un destino, sino una condición histórica que puede y debe
ser transformada. Reflejan también un modo que se está haciendo habitual
entre la ciudadanía para responder al desastre: con actitudes
organizativas, solidarias y compasivas. Muestran, además, la necesidad
no solo de mitigar el impacto de los desastres ecológicos, sino de
buscar estrategias de Estado para enfrentar con más profundidad las
vulnerabilidades estructurales. Una vez más constatamos la importancia
de una de las intuiciones fundamentales de Ignacio Ellacuría: "Son las
mayorías y su realidad objetiva el lugar adecuado para apreciar la
verdad o falsedad del sistema social vigente".

- Carlos Ayala Ramírez es director de Radio YSUCA (El Salvador)

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