viernes, 23 de septiembre de 2011

[alai-amlatina] Palestina en la ONU: sobre números y mentiras

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Palestina en la ONU: sobre números y mentiras

Mariela Flores Torres

ALAI AMLATINA, 23/09/2011.- Alcanzar el lugar de Estado número 194 en
las Naciones Unidas significa reconocer a Palestina como Estado Miembro
"de plenos derechos". Y 181 es el número de resolución de la ONU con la
que se aprobó el injusto y asimétrico plan de partición de Palestina en
1947 que se creó al Estado de Israel y se condenó a ser parias sin
estado a los palestinos. Y 242 y 338 son los números de las resoluciones
con las que la ONU expuso la alarmante situación de las fronteras, sin
ninguna capacidad para impedir el avance de Israel en la región. La ONU
en 1974 ha reconocido a la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP) como entidad representativa del pueblo palestino, pero no quiere
oír hablar de un Estado palestino; tampoco ha tenido el gesto de
reconocer como estado a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que es
justamente lo que ahora está en discusión. Pero la cuestión no es sólo
acceder a la estadidad, aunque por supuesto es preciso celebrar esta
iniciativa, dado que son numerosos los asuntos de gran espesor que aún
así quedarían pendientes.

Lograr el reconocimiento del Estado palestino en un organismo
supranacional como la ONU es importante y seguramente sentará un valioso
precedente internacional. Ahora bien: ¿qué cambia con esto en la
condición de centenares de miles de palestinos? ¿Cuántos temas de gran
peso político y humanitario se han tratado en organismos supranacionales
(como la ONU o la Corte Internacional de la Haya) sin que se hubieran
producido cambios favorables al desarrollo de una vida digna para los
palestinos? El muro de la infamia sigue avanzando con la complicidad de
las potencias "democráticas" de Occidente, los ataques sobre los
territorios palestinos siguen su marcha y la crisis humanitaria es
pavorosa.

El "Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino" (29 de
noviembre) designado por la ONU (Res. 32/40 B, 1977), ¿ha cambiado en
algo la condición de ese pueblo? Una serie de informes solicitados por
la ONU para establecer el número de víctimas y los responsables directos
de los daños humanos y materiales ocasionados por guerras e invasiones,
como el Informe Goldstone (producido el 23/09/2010, sobre el brutal
ataque de Israel a Gaza en enero 2009) arroja resultados estremecedores.
Pero, ¿han generado alguna penalización a los agresores, o logrado algún
compromiso que trascienda el mero gesto ritual de establecer
"internacionalmente" lo alarmante de la situación? No. Hay informes
anteriores como el Mc Bride (1982/83, sobre la invasión de Israel a
Líbano) que siguen sin condenar a los responsables. Entristece reconocer
que en las Naciones Unidas han sido muy pocos los Estados miembro que
tomaron seriamente las demandas reales de Palestina. Por eso, la actual
encrucijada se presenta como una nueva oportunidad y son muchos los que
ahora esperan un tratamiento más sensato y efectivo de esta lacerante
cuestión. Quizás gracias a que varios estados latinoamericanos
reconocieron a Palestina como estado soberano e independiente (fines de
2010 y principios de 2011), las cosas puedan cambiar. La expectativa es
enorme, pero los antecedentes desfavorables no son menos formidables.

La pregunta de fondo, y que hace resonar los nombres de dos grandes
intelectuales de la región: el palestino Edward Said y el israelí Michel
Warschawski, sigue vigente: ¿podrán tantos acuerdos de paz, tantos
tratamientos en entidades internacionales, cambiar la situación de los
9.395.000 millones de palestinos del mundo y especialmente la de
aquellos que habitan en esos dos espacios "concentracionados" que son
Gaza y Cisjordania (3.700.000); o los que viven en Israel bajo la
identidad palestina (1.213.000); y los cerca de 5.000.000 de refugiados.
Como Said y Warschawski lo plantearan repetidamente, sólo un Estado
binacional, no la existencia de dos Estados, puede ofrecer la solución.
Pero antes de pensar y evaluar si la solución es un Estado Binacional o
Dos Estados -como se intenta establecer ahora en la ONU-, hay que tener
en cuenta que todo este proceso debe ir acompañado de una toma de
conciencia superadora de la "negación del otro" que impera a ambos
lados. "Lo que se necesita ahora es un cambio de conciencia: los
israelíes deben darse cuenta de que su futuro depende de cómo aborden y
encaren valerosamente su historia colectiva de responsabilidad por la
tragedia palestina. Y los palestinos, así como los demás árabes, deben
descubrir que la lucha por los derechos palestinos es inseparable de la
necesidad de crear una auténtica sociedad civil y democrática, y de
explorar modos de comunidad secular que no ofrecen los "retornos" al
judaísmo, al cristianismo o al islam característicos del fundamentalismo
religioso contemporáneo" . De no mediar ese salto de conciencia ninguna
solución será viable, sólo se construirá sobre la mentira y eso no
conducirá a ningún lado. No puede haber reconciliación sin
reconocimiento por parte de Israel, sus dirigentes y su población, de la
injusticia cometida en contra del pueblo palestino; y el mismo ejercicio
de memoria y construcción le cabe a estos últimos para empezar a pensar
en cualquier reconocimiento estatal, pues de nada sirve condenar sólo el
proceder de Israel dado que no es el único responsable de la situación
desoladora imperante en Palestina, sin ánimo de minimizar el
colonialismo del sionismo judío y no judío, en Israel y fuera de él. En
palabras de Said, "hay que establecer un vínculo entre lo que les
ocurrió a los judíos en la Segunda Guerra Mundial y la catástrofe del
pueblo palestino; un vínculo que no se debe establecer sólo [...] como
argumento para demoler o disminuir el auténtico contenido tanto del
Holocausto como de 1948. Ninguno de los dos sufrimientos es igual al
otro; del mismo modo, ni el uno ni el otro justifican la violencia
actual; y finalmente, ni el uno ni el otro se deben minimizar" […] "una
conexión que permita ver que la tragedia judía ha llevado directamente a
la catástrofe palestina, digamos que por "necesidad" [...], no podemos
coexistir como dos comunidades de sufrimientos independientes e
incomunicadamente separados. El fracaso de Oslo ha sido planificar en
términos de separación, la fría partición de pueblos en entidades
separadas, pero desiguales, en lugar de percibir que la única manera por
encima de un interminable toma y daca de violencia y deshumanización
consiste en admitir la universalidad e integridad de la experiencia del
otro y empezar a planificar juntos una vida en común" .

La tesis de los Dos Estados separados no prosperó en Oslo (1993) ni
tampoco en Camp David (2000). ¿Lo hará ahora? Ese es el auténtico reto
que enfrenta el tratamiento de este asunto en la ONU. Aquí, con todo,
hay dos escollos que sortear: primero, la propia Asamblea General, donde
se necesita conseguir los dos tercios de los votos; segundo el
antidemocrático Consejo de Seguridad -donde EEUU ya anunció su veto,
ratificado por el provocador discurso de Obama en la inauguración de la
66º Asamblea General. Por eso el panorama no parece ser alentador. Más
allá del auspicio y la reivindicación de estos lugares como instancias
políticas de comunicación y coexistencia internacional, como lo es (o
debería ser) la ONU, el procedimiento en el que están embarcados los
miembros de la Autoridad Nacional Palestina tiene que ir acompañado
necesariamente (de un lado y del otro) de una política estratégica y
efectiva para la región. No se puede seguir dejando la representación en
manos de otros que dilaten ( o sigan dilatando) la solución del
problema. Y esos otros no pueden seguir haciendo de la representación
una paradojal "i-rrepresentatividad" al no proponer salidas que supongan
acabar con el problema de la ausencia de Estado, las fronteras
territoriales (una de las principales solicitudes en esta oportunidad es
volver a las fronteras anteriores a 1967), los refugiados, el derecho al
retorno, la liberación de los presos políticos, entre algunos de los más
centrales asuntos irresueltos hasta hoy. Será significativo el
tratamiento del reconocimiento en la ONU en tanto éste vaya vinculado a
una política de compromiso hacia las problemáticas asociadas a Palestina
como "Estado Miembro", porque como País Asociado Observador -que es la
categoría que tenía hasta ahora, otorgada por la ONU desde 1974- no se
ha ofrecido ningún tipo de solución al drama cotidiano en Palestina.

Como decía Edward Said existe el derecho de narrar, pero ante todo hay
que narrarse y para que el mundo entero y sus instancias representativas
como la ONU "vean" a los palestinos es preciso que vean sus
problemáticas a la cara y de fondo. No se trata solo de reconocer a
Palestina como Estado 194 de la ONU; se trata de crear una política de
solución de los problemas de los refugiados, de crear una política de
desarrollo humano para Palestina, de tomar en serio una política que
acabe con la debilidad estructural de ese Estado por nacer. De lo
contrario seguiremos teniendo el mismo problema pero con diferente
condición jurídica. Hasta ahora lo que hay es esto: un estado, que es un
estado que ocupa un territorio de otro pueblo (Israel) y una población
(palestinos) que sólo tiene la categoría jurídica de entidad política
(la OLP) y no de estado. Si se logra el reconocimiento de Palestina como
Estado pleno de derechos pero sin el acompañaniemto de una efectiva
cooperación internacional que garantice y sostenga el desarrollo real de
ese estado (una especie de Plan Marshall para Palestina, algo que en su
momento se hizo para Europa), tendremos dos estados (Israel y
Palestina), dos sujetos de derecho internacional, pero en condiciones
profundamente asimétricas. La comunidad internacional, y especialmente
las grandes potencias que ocasionaron la tragedia palestina, deben
garantizar la viabilidad del Estado palestino en caso de que éste
finalmente vea la luz del día. Pero este reconocimiento, sin política de
desarrollo que lo sostenga y que permita la reconstrucción material y
espiritual de ese pueblo, puede paradojalmente terminar por jugar en
contra de sus heroicos y respetables anhelos de libertad, democracia y
bienestar. Por eso es preciso no abandonar a Palestina más allá de esta
instancia en el (des)concierto internacional.

- Mariela Flores Torres es Becaria Doctoral del CONICET (Argentina),
doctoranda en la Universidad Nacional de Quilmes y Docente de la
Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Colaboradora de
Revista Acción.

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