martes, 13 de septiembre de 2011

[alai-amlatina] El Salvador: La independencia nacional hoy

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El Salvador: La independencia nacional hoy

Carlos Ayala Ramírez

ALAI AMLATINA, 13/09/2011.- El 15 de septiembre se conmemora en El
Salvador y en los demás países de Centroamérica, 190 años de la fecha en
que los pueblos centroamericanos se liberaron del dominio español en
1821. Como es costumbre las autoridades de Gobierno han preparado una
serie de actividades culturales, educativas y cívicas enmarcadas a
recordar ese acontecimiento. Por lo general, las celebraciones tienen
más de lo mismo año con año: desfiles estudiantiles y militares,
discursos retóricos, y concentraciones masivas. Sin quitarle mérito a
ese modo de conmemorar, no hay que eludir el tema de fondo, es decir,
los desafíos que enfrenta la independencia nacional hoy.

Sobre este tema, Ignacio Ellacuría planteaba que la independencia de las
naciones como la libertad de las personas se hace día a día, se
conquista hora a hora y se puede perder en cualquier momento. Sostenía
también, que "la independencia nacional cobra características distintas
en cada coyuntura de la historia y, por eso, cada conmemoración de la
gesta independentista ha de ser diferente: diferente en el recuerdo de
lo que fue aquel primer 15 de septiembre, diferente en el análisis de lo
que es esa fecha hoy, diferente en lo que ha de proponerse la patria
como tarea futura para llegar a ser cada vez más una patria libre".

En este último punto queremos poner nuestra atención: ¿Cuáles son las
tareas o luchas más importantes que tiene nuestro país para ser una
patria más libre? A vuela pluma podemos mencionar al menos cinco:
libertad de la pobreza, libertad de la inseguridad, libertad de la
injusticia, libertad para desarrollar el potencial humano propio, y
libertad para acceder a un trabajo digno. Expliquemos, brevemente, cada
una de ellas:

En primer lugar, la pobreza humana es uno de los grandes obstáculos para
lograr un nivel de vida digno y realizar los derechos humanos. En El
Salvador persisten elevados niveles de pobreza y déficits sociales. De
acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador 2010,
alrededor de 4 de cada 10 hogares salvadoreños son pobres; la
escolaridad promedio apenas alcanza los 6 años, y la tasa de
analfabetismo de las personas de 10 años o más es del 14%. Del total de
la población que se enferma en el país, el 40% no recibe servicios de
salud, y aproximadamente solo el 20% de la población tiene algún seguro
de salud. Del total de la población económicamente activa, solamente el
18% es cotizante del sistema de pensiones. Estos datos, entre otros,
exige un compromiso ineludible: la lucha contra la pobreza que no solo
no permite el desarrollo de la gente, sino que causa muerte lenta a un
buen número de salvadoreños al privarles de una adecuada alimentación,
salud, educación, vivienda y trabajo. La conquista de esta libertad
comienza poniendo en el centro del proceso de desarrollo a las mayorías
empobrecidas; liberándolas del desempleo, el subempleo, los bajos
salarios y la exclusión social.

En segundo lugar, según datos de Naciones Unidas, en El Salvador la tasa
promedio de homicidios es de 70 por cada 100,000 habitantes, cuando el
promedio mundial es de 8.8 por cada 100,000. Esos son niveles
epidémicos, según los parámetros de la Organización Mundial de la Salud
(OMS), la cual ha establecido que cuando hay más de nueve asesinatos por
cada 100,000 habitantes ya existe una epidemia. Por otra parte, el 90%
de la población salvadoreña se siente insegura en los lugares públicos;
el 63% evita ciertos lugares de recreación; el 40% limitó lugares de
compra; el 37% ha dejado de acudir a espacios de recreación y el 14% ha
sentido necesidad de cambiar de colonia. Qué duda cabe entonces de que
nuestra sociedad necesita liberarse del temor, de las amenazas y de
tanto homicidio provocado por el crimen organizado y el narcotráfico.

En tercer lugar, sin el estado de derecho y una administración de
justicia imparcial, las leyes sobre los derechos humanos no son sino
letra muerta. En El Salvador la administración de justicia sigue siendo
difícil debido a la escasa capacidad institucional. Lo hemos visto
recientemente en el caso jesuitas, el recurso a un tribunal
internacional ha sido la consecuencia de la incapacidad de hacer
justicia localmente. En los casos emblemáticos de violación a los
derechos humanos, solo se ha hecho un remedo de justicia. Necesitamos,
pues, liberarnos de la impunidad y la arbitrariedad. Y eso implica
posibilitar que el derecho y la justicia se junten. Uno de los
principales componentes de los Acuerdos de Paz fue el fortalecimiento
del sistema de justicia; no obstante, a casi 20 años de esos acuerdos,
los resultados de las reformas distan mucho de los objetivos
perseguidos. La confianza depositada en ese órgano poco a poco se ha
venido deteriorando, debido a la permanencia de elevados índices de
impunidad, así como a las crecientes denuncias y casos de corrupción que
involucran a magistrados, jueces y fiscales.

En cuarto lugar, los salvadoreños y salvadoreñas requieren libertad para
poner a producir todo su potencial individual; pero eso implica que las
personas deben tener acceso a la igualdad de oportunidades para
desplegar ese potencial y participar equitativamente en todas las
esferas de la sociedad. En este punto hay que recordar que la
Constitución Política de nuestro país identifica a la persona humana
como el origen y fin del Estado; en consecuencia, hay un compromiso
político de garantizar a la población al menos la salud, la nutrición y
la educación por sus efectos positivos, directos o indirectos, en el
capital humano. Ignacio Ellacuría, con una visión ética-política de más
largo plazo hablaba de una civilización de la pobreza, donde ésta ya no
sería la privación de lo necesario y fundamental para las mayorías, sino
"un estado universal de cosas en donde está garantizada la satisfacción
de las necesidades fundamentales, la libertad de opciones personales y
un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición
de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza,
con los demás, consigo mismo y con Dios".

Finalmente, necesitamos la libertad para desempeñar un trabajo decente,
es decir, lograr que todas las personas en edad de trabajar y con
voluntad de hacerlo tengan un trabajo que ofrece una remuneración justa,
protección social para el trabajador y su familia, buenas condiciones y
seguridad en el lugar de trabajo, posibilidad de desarrollo personal y
reconocimiento social, así como igualdad en el trato para hombres y mujeres.

En suma, si se quiere hablar de la independencia nacional hoy, con
responsabilidad y seriedad, es ineludible encarar estos desafíos.

- Carlos Ayala Ramírez, director de radio YSUCA


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