jueves, 17 de mayo de 2012

[alai-amlatina] AL: ¿Hacia dónde van los gobiernos de izquierda y progresistas?

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América Latina:
¿Hacia dónde van los gobiernos de izquierda y progresistas?

Roberto Regalado

ALAI AMLATINA, 17/05/2012.- El auge de los movimientos sociales y la
elección de gobiernos de iz-quierda y progresistas, son dos de los
grandes acontecimientos ocurridos en América Latina en las postrimerías
del siglo XX y los albores del XXI. Pese a la aún hoy no resuelta
tensión entre «lo social» y «lo político», es decir, entre las formas de
organización y lucha social, y las formas de organización y lucha
política, la relativa convergencia de ambas fue la que contuvo y
desaceleró la avalancha reac-cionaria que azotó a la región en las
décadas de 1980 y 1990, festín de la concentración y
transnacionalización de la riqueza y el poder político, con su correlato
de agravamiento de la pobreza, la miseria y la exclusión social.

Cuando en el mundo se enseñoreaban el desconcierto y el abatimiento
provocados por el colapso de los paradigmas comunista y socialdemócrata
europeos, en América Latina, la irrupción de los nuevos movimientos
sociales y la determinación de un amplio espectro de fuerzas políticas
de izquierda de emprender lo que se conoció como búsqueda de
alternativas al capitalismo neoliberal, abrieron nuevos caminos en
sustitución de los que cerraban. Por esos caminos hemos avanzado desde
entonces, pero al adentrarnos en segunda década del siglo XXI, ya no
basta con hablar de «nuevos» movimientos ni de «búsqueda» de alternativas.

En rigor, los llamados nuevos movimientos sociales surgen en los años
sesenta (¡hace ya más de cinco décadas!) en los Estados Unidos, Europa
Occidental y América Latina, con características derivadas de la
situación de cada región. En la nuestra, su identificación y
reconocimiento generalizado como tales data de los años ochenta (hace ya
más de tres décadas) porque hasta entonces habían estado entre-mezclados
con los movimientos clandestinos e insurgentes surgidos bajo el influjo
de la Revolución Cubana. Ese es el momento en el cual: 1) el cambio en
la situación internacional y regional provoca el declive de la lucha
armada, y relega a las organizaciones sociales y políticas tradicionales
a planos secundarios y hasta marginales; 2) los nuevos movimientos
sociales demuestran ser inmunes al efecto de la crisis terminal del
«socialismo real» y el advenimiento del mundo unipolar; y, 3) se
evidencia su condición de protagonistas principales de la lucha contra
el neoliberalismo y contra las más diversas formas de opresión,
explotación y discriminación. En lo referente a los gobiernos de
izquierda y progresistas, a más de trece años de la victoria de Hugo
Chávez en la elección presidencial venezolana de 1998, ya son diez los
existentes en América Latina continental, parte de los cuales está en su
tercer período consecutivo, otra en el segundo y el resto en el primero.

Es conocido que los procesos históricos, como el tránsito de una
formación económico social a otra, por ejemplo, del feudalismo al
capitalismo, tardan siglos y atraviesan por etapas de avance y
retroceso. No está de más recordar los setenta y cuatro años en la
fracasada experiencia de la Unión Soviética. Visto desde esta
perspectiva, las cinco décadas transcurridas desde el nacimiento de los
«nuevos» movimientos sociales, las tres décadas transcurridas desde que
se les reconoce como tales en América Latina, y el poco más de una
década transcurrido desde el inicio de la elección de los gobiernos
latinoamericanos de izquierda y progresistas, son lapsos
incomparablemente breves. Pero, desde otra perspectiva, en esos largos
procesos históricos se abren y cierran «ventanas de oportunidad», cuyo
aprovechamiento los acelera y cuyo desperdicio los derrota o, al menos,
los retrasa. Es en esta perspectiva en la que tenemos que ubicarnos.

Marx afirmaba que capital que no crece, muere. En forma análoga podemos
decir que proceso de trans-formación social revolucionaria o de reforma
social progresista que no avanza, muere: abre flancos a la
desestabilización del imperialismo y la derecha local, y fomenta la
desmovilización, el voto de castigo y la abstención de castigo de los
sectores populares defraudados. Por eso es que debemos preguntarnos en
qué medida los «nuevos» movimientos sociales, que en los años sesenta,
setenta, ochenta y noventa estuvieron a la altura de las circunstancias,
se han convertido en movimientos social-políticos, es decir, han logrado
desarrollar la vocación y la capacidad de luchar por una transformación
social revolucionaria. Y también, por las mismas razones, debemos
preguntarnos si los actuales gobiernos de izquierda y progresistas están
enrumbados hacia la edificación de sociedades «alternativas» o si serán
un paréntesis que, en definitiva, contribuya al reciclaje de la
dominación del capital. El objetivo de estas preguntas no es calificar o
descalificar a una u otra fuerza política o social-política, o a uno u
otro gobierno de izquierda o progresista, sino recordar una sentencia
del siglo XX que no pierde vigencia en el XXI: sin teoría revolucionaria
no hay movimiento revolucionario.

Como es lógico, entre la izquierda de épocas anteriores y la actual, hay
similitudes y diferencias. Una similitud es que, como ocurrió de manera
periódica en los siglos XIX y XX, el comienzo de una nueva etapa
histórica obliga a la izquierda a formular nuevos objetivos, programas,
estrategias y tácticas. Una diferencia es que, tanto las corrientes
revolucionarias, como las corrientes reformistas del movimiento obrero y
socialista nacido en el siglo XIX, habían elaborado y debatido sus
respectivos proyectos políticos mucho tiempo antes de que la Revolución
Bolchevique en Rusia (1917) y la elección del primer ministro laborista
Ramsey McDonald en Gran Bretaña (1924), llevaran al gobierno, por
primera vez, a representantes de una y otra, mientras que la izquierda
latinoamericana actual llegó al gobierno sin haber elaborado los suyos.
La izquierda latinoamericana llega al gobierno sin descifrar la clave
para dar el salto de la reforma social progresista a la transformación
social revolucionaria, sin la cual quedará atrapada en el mismo círculo
vicioso de reciclaje del capitalismo concentrador y excluyente que la
socialdemocracia europea. Este es el problema pendiente: construir la
imprescindible sinergia entre teoría y praxis revolucionaria.

Los denominados gobiernos de izquierda y progresistas electos en América
Latina desde finales de la década de 1990, son en realidad gobiernos de
coalición en los que participan fuerzas políticas de iz-quierda,
centroizquierda, centro e incluso de centroderecha. En algunos, la
izquierda es el elemento aglutinador de la coalición y en otros ocupa
una posición secundaria. Cada uno tiene características particulares,
pero es posible ubicar a los más emblemáticos en dos grupos. Estos son:
a) gobiernos electos por el quiebre o debilitamiento extremo de la
institucionalidad democrático neoliberal, como ocurrió en Venezuela,
Bolivia y Ecuador; y, b) gobiernos electos por acumulación política y
adaptación a las reglas de juego de la gobernabilidad democrática,
caracterización aplicable a Brasil y Uruguay. Además, están los casos de
Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Argentina y Perú, sobre los cuales el
espacio no nos permite siquiera unas escuetas palabras de referencia.

¿Cómo se explica la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en
el mundo unipolar donde imperan la injerencia y la intervención
imperialista?

Se explica por cuatro razones fundamentales, tres de ellas positivas y
una negativa. Las positivas son:

1. El acumulado de lucha de las fuerzas populares libradas en la etapa
abierta por el triunfo de la Revolución Cubana, en la cual, aunque no
alcanzaron los objetivos máximos que se habían planteado, demostraron
una voluntad y capacidad de combate que obligó a las clases dominantes a
reconocerles los derechos políticos que les estaban negados.

2. La lucha en defensa de los derechos humanos que forzó la suspensión
del uso de la violencia más descarnada como mecanismo de dominación.

3. El aumento de la conciencia, la organización y la movilización social
y política registrado en la lucha contra el neoliberalismo, que sienta
las bases para la participación política y electoral de los sectores
antes marginados.

Como contraparte, la razón negativa es la apuesta del imperialismo
norteamericano a que la unipolaridad le permitiría someter a los países
latinoamericanos a los nuevos mecanismos transnacionales de dominación,
motivo por el cual dejó de oponerse de oficio a todo triunfo electoral
de la izquierda, como había hecho históricamente. A todo lo anterior
debe agregarse un factor volátil: el voto de castigo a las fuerzas
políticas de derecha por los efectos socioeconómicos de la
reestructuración neoliberal, es decir, un voto no ideológico, ni
político, y mucho menos cautivo de la izquierda, que ésta puede perder
si su ejercicio de gobierno no satisface las expectativas.

¿Por qué fuerzas políticas y social-políticas de la izquierda
latinoamericana llegan al gobierno sin siquie-ra haber esbozado las
líneas gruesas de sus proyectos estratégicos o, aún peor, en algunos
casos sacrifican sus proyectos estratégicos para llegar al gobierno?

Ello es resultado de cuatro factores que ejercen una influencia
determinante en las condiciones y carac-terísticas de las luchas
populares en el subcontinente:

1. El salto de la concentración nacional a la concentración
transnacional de la propiedad, la pro-ducción y el poder político (la
llamada globalización), ocurrido en la década de 1970, tras un proceso
de acumulación de premisas finales que se desarrolla durante la segunda
posguerra mundial, que cambia la ubicación de América Latina en la
división internacional del trabajo y modifica la estructura socioclasista.

2. La avalancha universal del neoliberalismo, de la década de 1980,
desarticula las alianzas so-ciales y políticas construidas durante el
período nacional desarrollista y establece las bases de la
reestructuración de la sociedad y la refuncionalización del Estado
sustentadas en función de la concentración y transnacionalización de la
riqueza.

3. El derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de posguerra,
entre 1989 y 1991, que le imprime un impulso extraordinario a la
reestructuración neoliberal, provoca el fin de la bipolari-dad
estratégica, que actuó como muro de contención de la injerencia y la
intervención imperia-lista en el Sur durante la posguerra y tiene un
efecto negativo, a corto plazo, para la credibilidad de todo proyecto
social ajeno al neoliberalismo, no solo anticapitalista, sino incluso
apenas discordante con él, efecto que llega a ser devastador para las
ideas de la revolución y el socialismo.

4. La neoliberalización de la socialdemocracia europea, en sus dos
grandes vertientes, la Terce-ra Vía británica y la Comisión Progreso
Global de la Internacional Socialista, en la década de 1990, que recicla
la doctrina neoliberal cuando su inducida credibilidad se desploma, la
encubre con una presentación humanista, «light» y «progre».

Téngase en cuenta que los primeros triunfos de fuerzas de izquierda y
progresistas en elecciones presi-denciales latinoamericanas, el de
Chávez en Venezuela (1998) y el de Lula en Brasil (2002), se producen
cuando el efecto acumulado de estos factores está en su apogeo, en
particular, es el momento de mayor impacto en América Latina de las
ideas de la Tercera Vía y la Comisión Progreso Global. Esos factores
combinados ejercen una influencia determinante en los gobiernos de
Brasil, Uruguay, Argentina y otros, y una influencia menos evidente,
pero también efectiva, en los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Tras el derrumbe de la URSS, el desaparecido dirigente revolucionario
salvadoreño Schafik Hándal empezó a repetir una idea que parece
simplona, pero es más profunda que un sinnúmero de doctas reflexiones:
«Habrá socialismo –decía Schafik– si la gente quiere que haya
socialismo». Las preguntas que se derivan de esta idea son: ¿Quiere que
haya socialismo la gente de Venezuela, Bolivia, Ecuador, los países
cuyos procesos políticos se corresponden con la definición de revolución
entendida como acumulación de rupturas sucesivas con el orden vigente?
¿Quiere que haya socialismo la gente de Brasil, Uruguay, Nicaragua u
otros países latinoamericanos gobernados por fuerzas de izquierda o
progresistas? A estas preguntas tenemos que añadir otras: ¿sabe la gente
de esos países qué es socialismo? ¿Comparten los líderes de esos países
nuestro concepto de socialismo que, al margen de las diferentes
condiciones, características, medios, métodos y vías, implica la
abolición de la producción capitalista y del sistema de relaciones
sociales que se erige a partir de ellas y en función de ellas? ¿Hay en
esos procesos fuerzas políticas capaces de concientizar a la gente para
que quiera que haya socialismo? ¿Lo están haciendo? Todas estas
preguntas son cruciales, pero las definitorias son las dos últimas.

Planteada en términos teóricos, la idea, en apariencia simplona, de
Schafik implica que para avanzar en dirección al socialismo los procesos
de reforma o transformación social de signo popular que hoy se
desarrollan en América Latina necesitan: teoría revolucionaria;
organización revolucionaria; bloque social revolucionario, basado en la
unidad dentro de la diversidad; y solución del problema del poder, este
último entendido como la concentración de la fuerza imprescindible para
producir un cambio efectivo de sistema social. Podemos hablar de
protoformas de esos cuatro elementos en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y
quizás en algunos otros gobernados por fuerzas de izquierda y
progresistas, pero en ninguno se puede hablar de formas acabadas.

Nada de esto es nuevo. De todo ello habla desde hace años y, quizás,
hasta de manera sobredimensionada, porque a esos elementos se atribuye
el papel determinante en la formación de la identidad del futuro
socialismo latinoamericano. Sin dudas, su papel será crucial, pero lo
determinante es cómo, cuándo, dónde y en qué condiciones tendrá lugar el
acceso al poder político, sea mediante su conquista o construcción. Sin
estas respuestas, no puede hablarse de Socialismo del Siglo XXI,
Socialismo en el Siglo XXI, Vivir Bien, Buen Vivir, o cualquier noción
similar, más que como una utopía realizable de contornos aún muy difusos.

- Roberto Regalado es Doctor en Ciencias Filosóficas,
profesor-investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre
Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y coordinador de
varias colecciones de la editorial Ocean Sur. En este artículo se
esbozan algunas ideas contenidas en su libro La izquierda
latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur,
México D.F. 2012 (259 pp.).

Este texto es parte de la revista "América Latina en Movimiento", No
475, correspondiente a mayo de 2012 y que trata sobre "América Latina:
Las izquierdas en las transiciones políticas" disponible en
http://alainet.org/publica/475.phtml

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